10 ene 2013

Jane Seymour (Parte 2 y última)

Reina de Inglaterra

Al siguiente día de la ejecución de Ana, el 20 de mayo, Enrique VIII y Jane Seymour se comprometieron; a las 9:00 am en York Place, según Chapuys; en Chelsea, secretamente, según el cronista Wriothesley quien, como heraldo y primo de la mano derecha de Cromwell, estaba muy bien informado. El 30 de mayo se casaron en York Place, en el "gabinete de la reina" (Starkey, p. 591)Durante 1536, Inglaterra tuvo tres reinas, ya sea oficial o extraoficialmente. 

Una cosa era que Miles Coverdale, a punto de dedicarle su traducción de la Biblia al inglés a Ana Bolena, hiciera imprimir rápidamente el nombre de Jane Seymour en su lugar; eso era fácil. La heráldica costaba más. Tomemos como ejemplo el castillo de Dover.. A Gaylon Hone, el vidriero del rey, acababa de pagarle casi 200 libras por incluir "el emblema de la reina" en varias ventanas de los alojamientos reales del castillo; como esos pagos se realizaron entre 16 de abril y 14 de mayo, tuvieron que ser para los emblemas de Ana. Presumiblemente reemplazaron los de Catalina de Aragón en previsión de la visita de verano. Sin embargo, entre el 2 de julio y el 30 de julio hubo que hacer sustanciosos pagos a Galyon Hone para que suprimieran una vez más "los emblemas de la antigua reina" y los reemplazaran por los de Jane. Enrique VIII, con sus sucesivos matrimonios, le hizo un favor al vidriero, al menos (Fraser, p. 396).
Dadas las circunstancias, fue una suerte que el leopardo heráldico de Ana Bolena resultara fácil de transformar en la pantera heráldica de Jane Seymour "rehaciendo la cabeza y la cola" (Ídem).

El 18 de junio, Cromwell recibió su recompensa: el cargo de Lord del Sello Privado, recientemente despojado al padre de Ana. Los reformadores temían lo peor. El 23 de mayo, Shaxton dirigió una carta de súplica a Cromwell, pues era consciente de que Jane no incitaría a la Reforma (Starkey, p. 592). En ese sentido, la nueva reina sería conservadora (al igual que la facción que la apoyó durante su romance con el rey). Incluso Lutero la llamaría "una enemiga del Evangelio". 

Miniatura del siglo XVII de Wencelaus Hollar

El rey aprovechó las tradicionales festividades de Pentecostés para presentar a la nueva reina. En vísperas de la boda, caminaron juntos hasta Mercers Hall para observar la Guardia de la Ciudad. El 7 de junio, inició una procesión fluvial desde Greenwich hasta Whitehall. La procesión de barcas, las de los lores precediendo la del rey, era un espectáculo imponente, y cuando la barca real pasaba junto a las embarcaciones del Támesis, "cada nave disparó sus cañones". Un signo notable de los tiempos fue la presencia de Chapuys, de pie junto a una tienda con las armas imperiales, rodeado por sus caballeros vestidos de terciopelo, para observar el paso del rey y su nueva esposa. Cuando la barca real se aproximó a la tienda, Chapuys envió a sus trompeteros y músicos para tocar una fanfarria "y así [ellos] hicieron una gran reverencia al rey y a la reina" (Fraser, p. 397). Cuando aún vivía Ana, el embajador imperial declaró que el mundo nunca la aceptaría como reina, pero podría aceptar a otra dama. Claramente, el emperador daba su bendición a este tercer matrimonio. 

María Tudor

Los partidarios de lady María estaban particularmente entusiasmados con la nueva reina. Desde antes de su matrimonio, se consideraba que Jane estaba en disposición de apoyar a la primogénita de Enrique. Tenían en común su devoción por la vieja fe y apenas era siete u ocho años mayor que su hijastra. No se podía ignorar el hecho de que lady María, a sus veinte años, podía ser una pieza útil en el mercado matrimonial, dadas sus conexiones. Isabel, en cambio, cargaba con la desgracia de su madre. Contrario a lo que se muestra en la ficción, Jane no estaba interesada en ella. 

Según se cuenta, el rey Enrique reaccionó a las súplicas de la reina por María diciéndole que debía estar loca al pensar tales cosas: "Ella debería estudiar el bienestar y la exaltación de sus propios hijos, si tuviera alguno con él, en vez de preocuparse por el bien de los otros". Pero Jane le respondió que al solicitar la reinstauración de María pensaba que estaba pidiendo no tanto por el bien de los otros como por "el bien, el reposo y la tranquilidad de él mismo, de los hijos que ellos mismos podían tener y del reino en general" (Fraser, p. 400).

Chapuys tocó el tema cuando tuvo su primera audiencia con Jane el 6 de junio en Greenwich. Le rogó que favoreciera los intereses de María. Y ella respondió que lo haría. Fue en este punto cuando Enrique intervino para acortar la conversación. Pero, tan pronto como Chapuys se fue, Cromwell informó al embajador: "Ella había hablado con el rey lo más calurosamente posible a favor de María". También había ensalzado el poder y la grandeza de las conexiones familiares de María (Starkey, p. 596).

Durante los tres años del reinado de Ana, la correspondencia de Chapuys había estado llena de predicciones de rebelión. Ahora, cinco meses después de su muerte, las predicciones se cumplieron. Primero Lincolnshire y luego el norte se sublevaron. Los rebeldes encontraron un líder carismático en Robert Aske. Los monasterios debían ser restaurados. María debía ser declarada heredera. Cromwell, Rich y Audley debían ser ejecutados, o al menos exiliados. Y los obispos herejes de Ana, como Cranmer, Latimer, Shaxton e Hilsey, debían ser quemados (Starkey, pp. 602).

Ante la rebelión, tanto María como Isabel fueron llevadas a la corte y tratadas con honores casi reales. "Lady María', informó un agente francés, "es ahora la primera después de la reina, y se sienta a la mesa frente a ella, un poco más abajo [...]". "Lady Isabel", observó, "no estaba en esa mesa, aunque el rey es muy cariñoso con ella. Se dice que la ama mucho". Pero detrás de la fachada de unidad, había profundas divisiones. Jane, sin duda, simpatizaba con el impulso principal de las demandas rebeldes. "Al comienzo de la insurrección", continúa el informe francés, "la reina se arrodilló ante el rey y le suplicó que restaurara las abadías". Enrique la rechazó: "¡Levántate!" él dijo, "A menudo le había dicho que no se metiera en sus asuntos". Luego añadió la terrible advertencia: recuerda a Ana. "Fue suficiente", concluyó el francés, "para asustar a una mujer que no es muy segura" (Ídem).


Se diseñaron magníficas joyas para la nueva reina, con H e I (por la forma latina Ioanna) reemplazando las previas H y A. Un colgante con centro de esmeralda, cargado de perlas, fue diseñado por Holbein. Y también Holbein fue el encargado de modelar la magnífica copa de oro, presentada por el rey a la reina, que pesaba más de quince kilos, con medallones de antiguas cabezas, delfines y querubines que sostenían las armas de la reina bajo una corona imperial, así como las iniciales H e I entrelazadas en un verdadero nudo de amor. Además el lema: "Obligada a obedecer y servir", que había causado una impresión tan favorable en todos (Fraser, pp. 407-8).

Jane hizo todo lo posible por diferenciarse de su predecesora. La corte alegre y afrancesada de la reina Ana fue sustituida por una más estricta y apegada al modelo inglés. La verdadera clave del carácter de Jane fue la sumisión. Eso quedó claro desde el lema que escogió: "Obligada a obedecer y servir". 


El nacimiento de un príncipe
Muerte de Jane Seymour (1847) del pintor francés Eugène Devéria

A principios de enero de 1537, Jane quedó embarazada. Su estado se dio a conocer en marzo. Desde el matrimonio de su hermana, Eduardo había progresado mucho en la corte. Al día siguiente de ser elevado a la dignidad de par, recibió numerosas mansiones en Wiltshire y otras partes. Fue nombrado capitán de la isla de Jersey y canciller conjunto de Gales del Norte. El embarazo de su hermana trajo más beneficios; el 22 de mayo, fue nombrado consejero privado. Enrique, uno de los hermanos de Jane, prefirió una vida tranquila en el campo, pero Tomás fue nombrado caballero de la cámara privada. Elizabeth se casó con Gregory Cromwell en alguna fecha anterior a 1538. La confirmación del embarazo de la reina fue celebrada el 27 de mayo (Fraser, pp. 420-422).

A mediados de julio, Jane, con seis meses de embarazo, comía codornices para la cena. Lady Lisle las había enviado y, las condesas de Rutland y Sussex, que servían a la reina, aprovecharon el hecho. Le recordaron la petición de Lady Lisle para sus hijas, Ana y Catalina Basset. La reina escogió a Ana. Hubo un problema inmediato sobre lo que debía ponerse. Lady Lisle la había equipado a la última moda francesa, la cual, era inadecuada en la corte de Jane. Sin embargo, como concesión especial, estuvo de acuerdo en que "la Sra. Ana usará su ropa francesa". Pero dos cosas eran negociables. Anne tenía que usar un gorro o tocado de estilo inglés y una faja o corpiño (Starkey, p. 606)El agente de lord Lisle en Londres, John Husee, le escribió a lady Lisle en Calais respecto al nuevo atuendo de Ana Basset: "...me pareció que no le queda tan bien como la caperuza francesa, pero se debe hacer el gusto de la reina". Dos semanas más tarde seguía creando problemas el vestuario extranjero de Ana. Ahora "el placer de la reina es que la señorita Ana no use más sus ropas francesas" sino que se equipe con adecuados trajes de raso y terciopelo negro; además, la tela de sus camisas (que se usaban de día y de noche) era demasiado tosca, y necesitaba relleno en el escote. Desde que dos damas se elevaron al rango de consorte real, un puesto en la corte sería considerado más ventajoso que nunca (Fraser, pp. 408-9).

Mural de Whitehall (Enrique VII e Isabel de York, en parte superior)

La reina se retiró a su cámara a finales de septiembre. Como de costumbre, se esperaba un varón. En esta época, Holbein se encargó del gran mural de Whitehall (que ahora sólo sobrevive parcialmente en un cartón y en copias posteriores), que pudo haber sido inspirado por el inminente nacimiento del heredero. La tarde del 9 de octubre, la reina inició labor de parto, en los apartamentos reales recién remodelados de Hampton Court. La agonía de Jane no terminó pronto. Al cabo de dos días, una solemne procesión recorría la ciudad para "orar por la reina que estaba entonces de parto". Finalmente, a las dos de la mañana del día siguiente, 12 de octubre, nació el niño. Fue bautizado con el nombre de Eduardo, por su bisabuelo, pero más en particular porque era la víspera de San Eduardo (Fraser, p. 424).

Antonio de Guaras se enteró de que el rey lloró al tomar a su hijo en sus brazos. A pesar de la duración del parto (dos días y tres noches) el bebé no nació por cesárea, como se rumoreó luego. La operación se conoce desde tiempos antiguos; probablemente su nombre deriva de la ley romana, la lex Caesarea, respecto del sepelio de mujeres que morían mientras estaban embarazadas (no por el nacimiento de Julio César, como a veces se sugiere). Pero por entonces era impensable que una mujer sobreviviera a ella (Fraser, pp. 424-5). En cambio Jane todavía pudo recibir gente tras el bautismo, tres días más tarde.

El 15 de octubre se celebró un suntuoso bautismo. Gertrude marquesa de Exeter llevó al bebé, asistida con su preciosa carga por su esposo y el duque de Suffolk. La cola de su manto fue levantada por el conde de Arundel, hijo de Norfolk. Entre los caballeros de la cámara privada que sostenían el dosel sobre la cabeza del bebé estaba su tío, Thomas Seymour. Edward Seymour tenía un deber más pesado: llevaba a la hermanastra del príncipe, Isabel, de cuatro años. En cuanto a María, actuó como madrina del niño que al fin ocupaba su lugar como heredero del trono inglés. El 18 de octubre, el bebé fue proclamado príncipe de Gales, duque de Cornualles y conde de Carnavon (Fraser, p. 427).

La muerte de una reina
La mujer que hizo posible todo eso se marchitó. La fiebre puerperal era la causa principal de mortalidad materna, ya que la higiene no era la más adecuada. La tarde del 23 de octubre, su chambelán, lord Rutland, anunció que estaba levemente mejor gracias a "una evacuación natural". Pero la mejoría no duró (Fraser, p.428).

La reina Jane murió a medianoche el 24 de octubre, sólo doce días después del nacimiento de su hijo. Misas solemnes por el reposo del "alma de nuestra muy bondadosa reina" reemplazaron los jubilosos Te Deum. Como el rey Enrique le dijo al rey de Francia, que lo felicitaba por el nacimiento de su hijo: "La divina providencia ha mezclado mi alegría con la amargura de la muerte de la que me trajo esta felicidad" El sepelio de la reina estaba previsto para el 12 de noviembre. Mucho antes de esa fecha ya que se había discutido la cuestión de una nueva consorte. Cromwell procedió a revisar la posibilidad de una princesa francesa, una vez más (Fraser, p. 429).


El rey Enrique quedó con un recuerdo sentimental de una joven pálida y dócil que fue la esposa perfecta. En su último testamento, Jane Seymour fue ensalzada como su "verdadera y amante esposa". 

El rey Enrique dejó los arreglos para el sepelio de la reina Jane, según su costumbre, al duque de Norfolk, como conde mariscal, y a sir William Paulet, tesorero de la casa. El rey se "retiró a un lugar solitario para atender sus penas". Los funcionarios mandaron llamar al heraldo de la Jarretera "para estudiar los precedentes", ya que, si bien tenían cierta experiencia en el sepelio de reinas anteriores, una reina "buena y legal" no había sido enterrada desde Isabel de York, hacía casi treinta y cinco años (Fraser, p. 430).

El ataúd, tras ser perfumado con incienso, fue llevado en procesión de antorchas a la capilla, donde el heraldo Lancaster, en voz alta, pidió a los presentes que "por su caridad" rogaran por el alma de la reina Jane.

Los sacerdotes velaron de noche en la capilla y las damas de día hasta el 12 de noviembre, cuando el ataúd fue llevado en solemne procesión a Windsor. Lady María desempeñó el papel de deudo principal. Un monumento magnífico se planeó para la tumba que el rey pensaba compartir con la reina Jane: debía haber una estatua de la reina reclinada como en el sueño, no en la muerte, y debían haber niños sentados en los ángulos de la tumba, con canastas de las que surgieran rosas rojas y blancas de jaspe, cornelina y ágata, esmaltadas y doradas. Las propias joyas de la difunta reina, incluidas cuentas, bolas y "tabletas" fueron distribuidas entre sus hijastras y las damas de la corte (María fue la principal beneficiaria). Cadenas y broches de oro fueron para los hermanos de la reina, Thomas y Henry Seymour. Pero los bienes y la dote de Jane volvieron a ser del rey (Fraser, p. 431-2).

El rey Enrique pasó la Navidad de 1537 en Greenwich "en traje de luto": de hecho, no abandonó el negro hasta el día siguiente de la Candelaria, el 3 de febrero de 1538. Para entonces, las prácticas averiguaciones de Cromwell sobre las princesas de Francia, inmediatamente después de la muerte de la reina, se habían convertido en una caza a escala internacional de una nueva mujer que compartiera la cama matrimonial del rey inglés (Fraser, p. 432).





Bibliografía 
Starkey, D. (2004) Six Wives: The Queens of Henry VIII. Nueva York: Harper Perennial.

Fraser, A. (2007) Las Seis Esposas de Enrique VIII. Barcelona: Ediciones B.

1 comentario:

  1. Bueno, Ana no demostró ningún reparo en destruir el matrimonio de Catalina; asi que es ley de vida.Ella hizo daño le tocó recibir daño de otra mujer. Lo mal quitado no luce.

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