3 abr 2013

Ana Bolena (Parte 6 y última)

La acción vuelve ahora a Greenwich, donde se estaba celebrando el lunes 1 de Mayo el tradicional torneo presidido por el rey y la reina.  Iba a comenzar la justa entre lord Rochford y sir Henry Norris, cuidador de la Bolsa Privada y prometido de la enamorada anterior del rey, Madge Shelton, cuando, inesperadamente, el rey recibió un mensaje. Su contenido sólo puede conjeturarse, pero cualquiera que haya sido, lo hizo ponerse de pie y llevarse a Norris consigo. No le dio ninguna explicación a su esposa. Tal como se había ido de caza desde Windsor sin decirle adiós a la reina Catalina, ahora salió de Greenwich sin despedirse de la reina Ana. Nunca volvió a verla.

Enrique le recrimina a Henry Norris sobre su adulterio con la reina, escena de The Tudors


En su viaje de regreso a Londres, el rey le comentó a Norris ciertas revelaciones hechas por Smeaton; a pesar de sus incrédulas negativas. Norris fue llevado a la Torre de Londres. Aún más impresionante para quienes veían desarrollarse la tragedia —y hacía todo lo posible por no verse implicados— fue el arresto de lord Rochford. Si caía el hermano de la reina, ¿quién podía considerarse seguro?


Lord Rochford, el hermano de la reina, es arrestado

El arresto de la reina
El martes 2 de mayo la propia reina fue arrestada en Greenwich y llevada ante los comisionados que había realizado la investigación, presididos por su tío Norfolk, para oír las acusaciones que se formulaban contra ella. No sólo se le acusaba de adulterio sino también de incesto (la pena para ese cargo podía ser la hoguera) y, lo más terrible desde luego, de conspiración para asesinar al rey. Después la reina fue llevada a la Torre. Tardaron en llegar alrededor de dos horas. La reina Ana estuvo al borde del colapso en el momento en que llegó a la Torre.


Al ver la Torre, en cuyos calabozos tantos infortunados habían desaparecido, la reina comenzó a gritar. Se la oyó exclamar: "Fui recibida con mayor ceremonial la última vez que estuve aquí". El condestable de la Torre, sir William Kingston, un hombre justo y bondadoso, trató de consolarla. Le aseguró que no sería albergada en un calabozo sino en las habitaciones que había ocupado antes de su coronación. Ella lo recompensó arrodillándose y exclamando: "Es demasiado bueno para mí". Luego lloró y entonces "se puso a reír". 

Después, la reina consiguió atravesar el patio, pero finalmente pareció que las fuerzas la abandonaban. Cayó de rodillas. Frente a su escolta de lores, imploró a Dios que la ayudara "ya que no era culpable de la acusación". Entonces suplicó la ayuda de los lores mismos, ¿implorarían ellos al rey "que fuera bueno con ella"?

Pero el rey Enrique estaba muy lejos de esa escena tan desagradable, soñando en su vida futura con la modesta Jane Seymour. El juicio de Ana Bolena fue una cínica farsa. Sólo se proponía un resultado: su muerte. Esa muerte era necesaria para que el rey pudiera contraer un tercer matrimonio. 



¿Por qué se consideró esencial eliminar de manera definitiva a la reina Ana? La respuesta está en la conducta de su predecesora. Un nuevo divorcio hubiese cargado al rey con otra ex esposa sólo pocos meses después de haberse librado de la primera.



Ahora el sentimiento de culpa por la solitaria muerte de esa mujer triste y enferma en Kimbolton, que lo había amado hasta el fin, fácilmente se convirtió en ira contra la reina Ana: lo había seducido, por la magia o como fuera, alejándolo de la "buena reina Catalina". Entre lágrimas, el rey le dijo al joven duque de Richmond que Ana Bolena era "una puta envenenadora" que había planeado matar tanto al muchacho como a su hermanastra María.



La dama de la Torre



La reina Ana probablemente estuviera alojada en las denominadas Habitaciones Reales, en la Guardia Interior, hacia el sur de la Torre Blanca que había ocupado antes de su coronación, pues eso le había prometido sir William Kingston; los apartamentos de la reina estaban en un ala que se extendía hacia el norte desde la Torre Lanthorn. Las condiciones de su reclusión no eran duras. Tomaba sus comidas con el condestable, como era costumbre que hicieran los prisioneros de Estado, y la presencia de cuatro o cinco damas para atenderla demostraba que aún se la trataba como a la reina. No obstante, la reina Ana permaneció en estado de postración precipitado por la inquietud de su viaje y el terror a su llegada. Siempre había sido una mujer muy tensa, que fácilmente sucumbía a la ira o a las lágrimas. 



Parecía que la reina se había derrumbado por completo. Kingston informó a Cromwell que ella pasaba constantemente de la risa al llanto, tal como había hecho al ser recibida en la Torre. Pero sus palabras fueron cuidadosamente anotadas por sus damas. La reina Ana se referiría más tarde a esas mujeres con ira como a sus "guardianas". Ciertamente, eran mujeres leales al rey (y a Cromwell) que a su señora: una de ellas era la tía de Ana, lady Shelton, que había ocupado el puesto de gobernanta de la princesa Isabel; también estaban lady Kingston y la señora Margaret Coffin, esposa del Maestro del Caballo de la reina, y cierta señora Stoner. 



Aun en sus momentos de cordura, la reina Ana estaba muy atemorizada, y con motivo. No tenía ni idea de en qué se basaban concretamente los cargos contra ella. Se arrestó a otros cortesanos a los que se imputaba haber estado imprudentemente relacionados con la reina. El 4 de mayo fueron apresados sir Francis Weston y William Brereton, camarero de la cámara privada: aunque había cierta inquietud oficial, como escribió sir Edward Baynton, "porque ningún hombre confiesa nada contra ella, salvo Mark [Smeaton] acerca de nada". El 8 de mayo fue arrestado el antiguo admirador de Ana Bolena, sir Thomas Wyatt, aunque luego fue puesto en libertad. 



Brereton es apresado

Los fríos procesos de la ley seguían en el mundo exterior. La maquinaria del Estado Tudor podía tener efectos tiránicos, pero existía, y se evitaba cuidadosamente dar la impresión de tiranía. Las acusaciones de traición se presentaban ante grandes jurados tanto en Middlesex como en Kent: esos se hacía para cubrir las áreas geográficas donde supuestamente habían tenido lugar los diversos delitos. 



Los supuestos amantes
Lo que resultaba tan atemorizador para la reina, era la posición de cercanía en la corte de los arrestados. Había mantenido encuentros íntimos con los cuatro hombres —Smeaton, Norris, Weston y Brereton— que fueron procesados primero. ¿Cómo podían no serlo? Y los encuentros íntimos implicaban la clase de galanteo romántico pero sin consumación que el rey se había permitido alegremente desde el principio de su matrimonio y, siguiendo su ejemplo, eran parte de la costumbre en una corte del Renacimiento. 

Ana Bolena con Smeaton

En cuanto al juicio de Smeaton, Norris, Weston y Brereton, que tuvo lugar en Westminster Hall el 12 de mayo, hay un contraste entre la larga lista de adulterios y conspiraciones en Hampton Court, Greenwich y York Place (Whitehall) que se leyó y las habladurías de entonces, adornadas posteriormente. Los cargos eran en su mayoría absurdos: por ejemplo, que la reina cometió adulterio con Norris pocas semanas después del nacimiento de la princesa Isabel en una época en que todavía permanecía retirada en Greenwich. En cuanto a las habladurías, no constituyen ninguna prueba. 



El joven y apuesto músico Mark Smeaton fue acusado de estar enamorado de la reina y de recibir dinero de ella. Sus finas ropas habían desatado los celos, considerando sus pobres antecedentes y la magra remuneración del rey. A Weston también se lo acusó de recibir dinero de la reina, pero ella se lo daba a muchos jóvenes cortesanos; era parte de su papel tradicional como protectora. Tal vez Smeaton estuviera enamorado de ella, lo que en sí mismo no era un delito, pero sin duda no había pruebas de que la reina correspondiera a su amor. 


Se suponía que sir Francis Weston había hecho insinuaciones semejantes —aunque con más elegancia—a la reina un año antes. El coqueteo de Weston con la prima hermana de la reina, Madge Shelton, comprometida con sir Henry Norris, había fastidiado a la reina, que lo había reprobado por ello. Weston se excusó osadamente diciendo que en realidad había ido a la cámara de la reina para ver a otra persona: "A vos". Pero al oír eso la reina "lo retó", es decir, le prohibió seguir avanzando con su lanza en la justa cortesana.


Los cargos contra Brereton nunca se concretaron. Pero es interesante observar que la acusación más grave contra sir Henry Norris también tenía que ver con Madge Shelton. Se sugería que su compromiso con Madge Shelton había sido un modo de encubrir su pasión por la señora de Madge. En ese sentido, se suponía que la reina le había hecho un comentario notablemente imprudentemente a Norris. Las palabras incriminadoras fueron éstas: "Buscáis zapatos del hombre muerto, porque si algo malo le sucediera al rey me pretenderíais". El añadido del significante detalle sobre la muerte del rey conllevaba el tinte fatal de la traición.



Ninguna de esas consideraciones tuvo en cuenta el jurado que se reunió en Westminster Hall el 12 de mayo como consecuencia de los informes enviados por los grandes jurados de Middleesex y Kent. Las reglas de la justicia de la época no permitían la asistencia de abogados defensores si los cargos eran de traición. Los cuatro hombres fueron condenados a morir en Tyburn con las penalidades extremas de la ley: ser destripados en vida, castrados, y luego desmembrados. 


El juicio de los hermanos Bolena 


Escena de Anne of the Thousand Days

El lunes 15 de mayo tuvo lugar el juicio de lord Rochford y de la reina Ana en la Gran Sala de la Torre de Londres. No fue un juicio a puerta cerrada. Chapuys estimó que unas 2.000 personas asistieron al espectáculo, para las cuales se erigieron plataformas especiales. Ninguno de los veintiséis pares que tomaron parte en el juicio era desconocido para el hermano y la hermana, y con algunos tenían una relación muy estrecha. El tío de ambos, el duque de Norfolk, lo presidió como gran administrador. Participó el suegro de lord Rochford, lord Morley. Hasta el juvenil enamorado de la reina, Henry Percy, conde de Northumberland desde la muerte de su padre, estaba entre los pares presentes, aunque alegó una repentina enfermedad y se marchó antes de que concluyeran las actuaciones.


No era novedoso repudiar públicamente vínculos estrechos. Aunque Thomas Bolena, conde de Whiltshire, fue excusado de la tarea de condenar a sus propios hijos, no hay ningún indicio de que el hombre que había sido un fiel servidor del rey durante toda su vida adulta (y que intentaba seguir siéndolo) hiciera algún intento por oponerse a los acontecimientos que conducían a la inevitable condena de ambos. En cuanto a Norfolk, lloró —"el agua corría por sus ojos"—pero presidió. La reina fue juzgada primero. Llegó en un estado de ánimo tranquilo. Según el heraldo Charles Wriothesley, que se hallaba presente, dio "prudentes y discretas respuestas a sus acusadores", excusándose con sus palabras tan claramente "como si no fuera realmente culpable". Pero luego las pruebas presentadas no eran suficientemente convincentes como para producir un cambio de actitud y una confesión. 


Sin duda no era culpable. La reina Ana nunca admitió haber cometido delito alguno y las pruebas en su contra eran una mezcla de verdaderas a medias y de mentiras descaradas. Es menos probable todavía que la reina pusiera en peligro su posición cometiendo adulterio y mucho menos deseara la destrucción del único hombre cuyo favor dependía por completo, el rey. 


El juicio de lord Rochford siguió al de la reina. Las pruebas contra él de incesto con su hermana eran patéticas. Los comentarios negativos que se hicieron mucho después sugerían que la reina "deseando mucho tener un hijo varón que sucediera al padre, y al hallar que el rey no la contentaba", usó a su hermano (entre otros) para concebir un hijo. Eso era muy diferente de la prueba presentada en su momento. La esposa de Rochford, Jane, se refirió a una "indebida familiaridad" entre hermano y hermana. Eso fue todo. Rochford mismo habría exclamado con amargura ante sus jueces: "Sobre la evidencia de sólo una mujer estáis dispuestos a creer ese gran mal de mí". Hubo por otra parte un vago comentario acerca de que lord Rochford estaba "siempre en el cuarto de su hermana", algo que no constituye ningún delito ni, pensaría uno, es prueba de incesto. No hubo ningún intento de demostrar conspiración para el asesinato. 



El papel de lady Rochford en el juicio


Jane Parker, esposa de George Bolena

La cuestión de la impotencia del rey, sobre la cual se especulaba mucho en privado, podía emplearse para eliminar a la reina Ana. Fue entonces cuando se presentaron las palabras fatales de la reina Ana a lady Rochford, "que le Roy n´estait habile en cas de soy copuler avec femme, et qu´il n´avait ni vertu ni puissance" (que el rey era incapaz de hacer el amor con su esposa y que no tenía ni habilidad ni virilidad). Aunque el documento se había redactado en la corte, lord Rochford tuvo la presencia de ánimo de leerlo en voz alta. Fue mucho más perjudicial que la insensatez relativa al incesto, porque tenía mayores probabilidades de ser veraz. 



Los motivos de Jane Rochford se desconocen: su padre, lord Morley, había sido un devoto partidario de la reina Catalina, y ella misma podía estar tratando de contribuir a la causa de María, la hija de Catalina. O tal vez simplemente tratara de permanecer en el lado ganador (como en realidad sucedió) a pesar de la desventaja de la "culpa" de esposo. En todo caso, tan terribles palabras condenaron a la reina Ana todavía más. Nadie podía insultar al monarca de manera tan devastadora en lo más íntimo y vivir (en especial si había una inquietante posibilidad de que la acusación fuera cierta).



La sentencia, pronunciada por Norfolk, fue la misma en ambos casos: la reina y su hermano debían ser quemados o ejecutados de acuerdo con el deseo del rey. Lord Rochford había negado su culpabilidad y la reina Ana había hecho otro tanto. Tras la sentencia, los dos admitieron formalmente que merecían el castigo. Era lo habitual en la época: proporcionaba un adecuado marco de referencia para pedir el perdón y, dado el caso, evitar la confiscación de propiedades. 


Dos días más tarde, el 17 de mayo, los cinco hombres condenados fueron ejecutados en Tower Hill. Por deseo del rey, les fueron conmutadas las terribles penas que debían pagar en Tyburn. Los cinco murieron declarándose leales a su señor, aunque sólo Smeaton pidió perdón por sus "faltas". Lord Rochford, ejerciendo el privilegio del hombre condenado de dirigirse a la gran multitud que siempre se reunía para asistir a tales espectáculos populares, mantuvo su estoicismo hasta el fin. 



"Señores todos —empezó con voz vibrante—, vengo aquí no para predicar y dar un sermón sino para morir, ya que la ley lo ha decidido, y a la ley me someto." Luego recomendó a su audiencia que confiara en Dios y no en las "vanidades del mundo". Esos sentimientos de resignación y piedad tuvieron mucha aprobación entre aquellos que poco antes habían estado apostando por su absolución, pues era inocente.  


"La espada de Calais"



Ahora la reina Ana vivía esperando su muerte hora a hora. Después de la dignidad de su conducta en el juicio, volvió a una conducta más errática. Podía estar "muy contenta" y tomar "una gran comida", o hecha un mar de lagrimas. A veces, decía Kingston, la reina decididamente deseaba morir y "a la hora siguiente todo lo contrario de eso". Oscilaba entre hablar de retirarse a un convento —"y tiene esperanzas de vida"— y discutir su propia ejecución.  



Esta última perspectiva llevó a la reina a hacer un chiste negro. El "verdugo de Calais" había sido convocado especialmente (a un coste de 24 libras) ya que era un experto con la espada; así, en el caso de Ana, la afilada y eficiente "espada de Calais" reemplazaría el hacha. Ése era un favor para la victima, ya que su muerte probablemente fuera rápida (el uso del hacha podía ser a veces un asunto terriblemente largo). 




Cuando la reina se enteró, había "oído decir que el verdugo era muy bueno", dijo que estaba muy bien pues ella tenía "un cuello pequeño". Luego se lo rodeó con la mano, ese "cuello marfileño...muy erguido", una vez elogiado por un admirador como su belleza característica. Todo el tiempo, según Kingston, ella "rió de corazón". Kingston agregó que había visto a "muchos hombres y mujeres" ejecutados que habían estado "en gran pena", mientras "esa dama tiene mucha dicha y placer en la muerte". 



Un matrimonio inválido


Pero Ana Bolena no moriría como una reina, ese título por el cual había tenido al rey en juego siete largos años granjeándose la hostilidad de casi todo el país. Antes de que llegara la hora de su muerte, debía tener lugar un ritual extravagante: al rey se le aseguró un segundo divorcio.  Es decir, el matrimonio de Ana con el rey Enrique VIII fue declarado inválido por el arzobispo Cranmer. No se sabe con seguridad por qué se creyó necesaria esa farsa judicial. Tampoco se entiende su lógica, porque si Ana nunca había estado casada legalmente con el rey, no podía haber cometido adulterio como su esposa. 



Pueden suponerse las razones que satisficieron a Cranmer para poder declarar legalmente inválido el matrimonio del rey con Ana Bolena. Posiblemente Ana le confiara a Cranmer, en una entrevista del 16 de mayo, que ella había tenido no sólo un precontrato con lord Percy sino que también se había casado en secreto con él; o bien que la relación de ambos se había consumado después del compromiso. En eso, Ana puede haber estado exagerando para salvar su vida, o tal vez, como se ha comentado, dijera la verdad ahora que le interesaba ser sincera. Su relación con Percy había sido al parecer bastante ambivalente como para justificar una dispensa del Papa a fines de 1527 para cubrirla; la posterior esposa de Percy adujo que su esposo había tenido un precontrato con Ana, aunque el propio Percy lo negó rotundamente. 


Cranmer

El decreto de nulidad fue fechado el 17 de mayo, la copia oficial firmada el 10 de junio y suscrita por las dos cámaras del Parlamento el 28 del mismo mes, una semana después de la convocatoria. El matrimonio del rey y su segunda esposa quedaba oficialmente disuelto. Pero para entonces la ex reina Ana hacia tiempo que había muerto. Fueron a buscarla temprano por la mañana: hacia las ocho, el viernes 19 de mayo. Le había hecho una extensa confesión al arzobispo Cranmer el día antes y había recibido los sacramentos; mantuvo con fuerza su inocencia de los cargos contra ella y manifestó humildemente su amor al rey. 


Preparando la ejecución
Hubo cierta preocupación por el carácter público de la ejecución de la ex reina. Se temía lo que ella podía decir a la multitud en sus palabras de despedida; ¿podía confiarse en que siguiera el excelente ejemplo de su hermano? Se decidió ejecutar la sentencia no en Tower Hill, donde el público tenía libre acceso, sino dentro de la Torre, sobre el prado convenientemente contiguo a la capilla. Una ventaja más de emplear ese punto más privado era el hecho de que los portones de la Torre solían estar cerrados por la noche, de modo que podía controlarse la entrada.


De ese modo, en la Torre se congregó poca gente esa mañana de viernes, aunque no se trató de una ejecución a puerta cerrada. Thomas Cromwell estuvo presente, para supervisar la adecuada realización de su plan, con el lord canciller Audley, acompañado del heraldo Wriothesley. Los duques de Norfolk y Suffolk también estuvieron allí, así como el enfermizo joven duque de Richmond al que Ana Bolena supuestamente había tratado de envenenar. 


Henry Fitzroy


Charles Brandon

Presentes estaban el alcalde de Londres y sus sheriffs. Además acudieron los habitantes de la Torre, prácticamente una pequeña ciudad con sus múltiples viviendas. Antonio de Guaras, por ejemplo, que vivía muy cerca y tenía amigos que vivían dentro de la Torre, consiguió entrar la noche anterior, y así pudo contar de primera mano la ejecución en su Spanish Chronicle, a pesar del celo de las autoridades en no permitir la presencia de imperialistas. 

Ana Bolena llevaba una capa de armiño sobre un traje suelto de damasco gris oscuro, con detalles de piel y enagua carmesí. Una cofia de lino blanco le sostenía el cabello debajo del tocado. Había prometido no decir nada "sino lo que fuera bueno" cuando pidió autorización para dirigirse al pueblo, y mantuvo su palabra. 


El último discurso
Habló simple y conmovedoramente. 
«Buena gente cristiana, he venido aquí para morir, de acuerdo a la ley, y según la ley se juzga que yo muera, y por lo tanto no diré nada contra ello. He venido aquí no para acusar a ningún hombre, ni a decir nada de eso, de que yo soy acusada y condenada a morir, sino que rezo a Dios para que salve al rey y le de mucho tiempo para reinar sobre ustedes, para el más generoso príncipe misericordioso que no hubo nunca: y para mí él fue siempre bueno, un señor gentil y soberano. Y si alguna persona se entremete en mi causa, requiero que ellos juzguen lo mejor. Y así tomo mi partida del mundo y de todos ustedes, y cordialmente les pido que recen por mí»


Pronunció esas palabras, según escribió Wriothesley, "con un semblante sonriente". 


La ejecución



Luego Ana se arrodilló. Sus damas le quitaron el tocado, dejándole la cofia blanca que le sostenía el espeso cabello negro apartado del largo cuello. Una de las damas le puso una venda sobre los ojos. Ella dijo: "A Jesucristo encomiendo mi alma". 


Decapitación de Ana

A los presentes les pareció entonces que "de pronto el verdugo le arrancó la cabeza de un golpe" con su espada que apareció como por arte de magia, inadvertida para todos, incluida la mujer arrodillada. De hecho, la famosa "espada de Calais" había sido escondida en la paja que rodeaba el estrado. Para conseguir que Ana pusiera la cabeza en la posición correcta y dejara de mirar instintivamente hacia atrás, el verdugo había gritado "traedme la espada" a alguien que estaba de pie en los escalones próximos. Ana Bolena volvió la cabeza. La acción se cumplió. 



Después de la ejecución



Luego, una de las damas cubrió la cabeza con una tela blanca y las otras ayudaron con el cuerpo. Ambos fueron llevados veinte metros hasta la capilla de San Pedro ad Vincula. Allá fue enterrada discretamente la desgraciada mujer. Enrique VIII y Jane Seymour se comprometieron secretamente en Hampton Court, temprano, en la mañana del 20 de mayo, veinticuatro horas después de la ejecución de Ana Bolena. Se atribuye a Jane el haber conseguido que el rey "reinstaurara" a su hija mayor, María Tudor. A diferencia de su predecesora, la cual nunca vio con buenos ojos a la hija de Catalina de Aragón y nieta de los reyes católicos. 




Enrique VIII y Jane Seymour



Ana Bolena represento el tumultuoso cambio que se dio en Inglaterra. El famoso segundo matrimonio de Enrique VIII que derrumbo los cimientos de la Iglesia católica en Inglaterra. Buena o mala, ¿acaso ella merecía tal castigo? Su único error fue no lograr concebir un heredero. Muchos dirán que suplanto a la bondadosa reina Catalina, y que su martirio fue bien merecido. Y sin embargo, la recatada y muy virtuosa Jane Seymour hizo algo parecido. Pero claro, al igual que a Enrique VIII y a la mayoría de sus súbditos, lo más fácil fue culpar a Ana Bolena. La joven Ana poseía un ingenio agudo, ya que Ana no se limitaba a aprender lo que le estaba permitido a las mujeres de su época. En cierta forma, Ana era considerada una mujer moderna para su tiempo, una damisela de tez morena observada con recelo por las facciones conservadoras. Jane Seymour logro el cometido en el que sus dos predecesoras habían fracasado. Pero con lo que sucedió años después nos damos cuenta de las ironías de la vida. El enfermizo niño que Jane dio a luz con tanta dificultad, Eduardo, falleció a los 15 años de edad. María Tudor, vivió 42 años, y paso a la historia como "Bloody Mary", debido a las persecuciones marianas durante su reinado. La niña cuyo nacimiento resulto ser una decepción para su padre, Isabel, tuvo un reinado de 44 años que fue llamado "La Edad de Oro". 

Capilla real de St. Peter ad Vincula

Ana Bolena, de treinta y cinco o treinta y seis años en el momento de su muerte, había sido reina durante casi tres años y medio, pero sólo hacía cuatro meses que había fallecido la primera esposa del rey. Como anticipo a la ejecución de la usurpadora, se dijo que las velas de cera que rodeaban la tumba de la reina Catalina en la catedral de Peterborough se "encendieron solas" en los maitines, el día anterior; del mismo modo misterioso, fueron "apagadas" sin ayuda humana en el Deo Gratias. En otras partes del país la gente juraba que había visto correr liebres —la liebre, el signo de la bruja— y seguiría viéndolas en el aniversario de la ejecución de Ana Bolena.


Tumba de Ana Bolena 


Parte 5

Bibliografia                                                                                                      
Fraser, Antonia: Las Seis Esposas de Enrique VIII, Ediciones B, Barcelona, 2007.

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