23 jun 2013

Catalina Parr (Parte 2)

"Ser útil en todo lo que hago"




Dice mucho en su favor que hubiera logrado establecer excelentes relaciones de afecto con sus tres hijastros, a pesar de sus distintas edades y necesidades. Por supuesto, no los instaló bajo un mismo techo: en el siglo XVI, las casas separadas tenían más que ver con la condición.



La relación de la reina Catalina con Isabel floreció plenamente unos cuantos años más tarde. Después de haber asistido a la boda de su padre, la muchacha no vio a su madrastra durante un año; al no encontrarla en la corte en junio de 1544, le escribió a la reina Catalina una carta (en italiano), deplorando el hecho. Del mismo modo, la ternura que el príncipe Eduardo le demostraba a su madrastra fue más evidente cuando creció. De 1546 en adelante, la reina Catalina también estuvo directamente a cargo de lady Isabel, de doce años, que fue llevada a la corte y puesta entre aquellos "acostumbrados a estar alojados dentro de la casa de Su Majestad el rey". Es improbable que lady Isabel recordara a su verdadera madre, una reina a la cual nadie mencionaba: tenía poco más de dos años y medio cuando Ana Bolena fue ejecutada. Ahora, en la reina Catalina Parr, Isabel encontraba no sólo a una madre adoptiva experimentada, sino una mujer cuyos intereses intelectuales y tendencias reformistas coincidían con los suyos: el "ferviente entusiasmo que Vuestra Alteza tiene hacia todo el saber pío".


La salud de lady María se había resentido a causa de sus reveses de fortuna: aunque ahora estaba oficialmente confirmada en la sucesión, María sufrió a partir de entonces una serie de cólicos y otras enfermedades indeterminadas, todas las cuales requerían muchas medicinas y sangrías periódicas.



Regente
Otro deber de la reina consorte, aparte de ser la madre titular de la familia real, era actuar como regente en ausencia del esposo, si la situación lo exigía (y sus cualidades justificaban el nombramiento). El 7 de julio de 1544, las actas del Consejo Privado registraron que "Su Alteza, la reina [Catalina Parr], será regente en ausencia de Su Alteza". A pesar de la plétora de esposas del rey, el único precedente en su reinado fue en realidad el de Catalina de Aragón. Ella había cumplido la parte con solvencia cuando el rey Enrique fue a Francia en 1513 y los escoceses dieron problemas en las fronteras. 

El asedio de Boulogne
En 1544, el rey Enrique, una vez más, realizaba una campaña en Francia y los escoceses se negaban obstinadamente de nuevo a entender que su mejor destino era someterse a Inglaterra antes que favorecer a Francia. Ya no era un glorioso príncipe joven el que conduciría a sus ingleses hacia Boulogne, de acuerdo con su tratado con el emperador, sino un enfermo pesado a quien hubo que aupar sobre su caballo con la armadura recortada alrededor de la pierna tumefacta. 


Seguían los problemas del rey con su pierna; había estado enfermo poco antes de embarcarse y hay una conmovedora imagen de la reina Catalina Parr sentada con la pierna dolida de él sobre el regazo. Ella se mudó a un pequeño dormitorio próximo al del rey, fuera de sus aposentos de reina, lo que pone de relieve el hecho de que un hombre que va por su sexta esposa necesita una enfermera, papel para el que la viuda Latimer estaba bien dotada. Las cuentas del boticario revelan listas de curas, de supositorios hechos con aceite de oliva como excipiente, pastillas de regaliz y confites de canela, así como emplastos y esponjas para aplicar ungüentos. Para entonces probablemente le fuera más necesaria una enfermera que una compañera de lecho. 


No parece haberse sugerido coronación para Catalina Parr. Durante el sexto matrimonio del rey se desvanecerían las referencias a "un duque de York", y aumentaría notablemente la importancia de lady María. Como buena esposa, la reina Catalina despidió a su esposo en Dover. A partir de entonces le envió una sucesión de cartas afectuosas.

"Aunque el paso del tiempo y el cómputo de los días ni es largo ni abundante de la ausencia de vuestra majestad —empieza ella, sin embargo la falta de vuestra presencia, tan amada y deseada por mí, me llega, y no puedo tener sereno placer en nada hasta que recibo noticias de Su Majestad". Por una parte, su "amor y afecto" la obligan a desear la presencia de él, por otra "el mismo entusiasmo y amor me obliga a estar más contenta con aquello que es vuestra voluntad y placer". Sigue la reina: "Este amor me lleva a apartar en todo mi propia comodidad y placer, y a abrazar muy gozosamente la voluntad y el placer de quien amo. Dios, conocedor de todos los secretos, puede juzgar que estas palabras no sólo están escritas con tinta, sino muy sinceramente impresas en el corazón"

Enrique VIII durante el asedio de Boulogne, serie The Tudors

A cambio de lo que ella denominaba una carta "garrapateada" (en realidad notablemente bien escrita), la reina recibió una comunicación del esposo dirigida a su "muy encarecidamente y muy enteramente amada esposa" que había sido dictada. En ella se excusaba: "Estamos tan ocupados, y tenemos tanto que hacer al prever y ocuparnos de todo nosotros mismos, que casi no tenemos espacio para hacer otra cosa", pero por supuesto, el rey Enrique odiaba escribir cartas. Las famosas cartas de amor a Ana Bolena habían surgido de un torbellino de amor romántico. 



Los consejeros que rodeaban a la reina regente eran los verdaderos administradores del reino. La situación escocesa fue el principal fantasma al que tuvieron que enfrentarse los consejeros y la reina. El sueño de un tratado matrimonial entre el príncipe Eduardo y María, reina de Escocia, aunque confirmado por el Tratado de Greenwich del 1 de julio de 1543, se había evaporado poco después. Los escoceses estaban indignados por el tratado. El sector profrancés de Escocia, incluidos el cardenal Beaton y la viuda María de Guisa, impulsaba nuevamente al país en esa dirección.


María de Guisa

Como tan a menudo en ese período, el nacimiento de un bebé real en una determinada fecha fue crucial importancia: en enero de 1544, Catalina de Médicis, esposa del heredero del trono francés, dio a luz a un hijo, Francisco, después de diez años sin descendencia. Para muchos escoceses ahora tenía más sentido vincular a la reina niña con un príncipe francés que con un inglés.


Los ingleses, comandados por el tío del príncipe Eduardo, Edward Seymour, respondieron con un feroz ataque sobre el sur de Escocia, incluidos Edimburgo y el palacio de Holyrood. El rey regresó a Inglaterra en octubre. Boulogne había aceptado rendirse el 13 de septiembre, pero el rey no siguió su campaña hasta París, a pesar de su promesa a Carlos V de que lo haría. 



Las tendencias de la reina
No hay duda de que Catalina Parr era vista por entonces como un modelo de piedad excepcional. No se consideraba inadecuado el gusto de la reina por el baile y la "alegría en compañía", que se suponía que su papel requería: debía agradar al rey comportándose como una consorte afable. Pero su corte era un modelo de piedad evangélica. 

Catalina Parr

Los capellanes nombrados, no sólo Goldsmith, sino también reformistas como John Parkhurst y Anthony Cope, y después Miles Coverdale; las damas de alta cuna como Anne, condesa de Hertford, y lady Jane Denny, tenían opiniones muy distintas de las del grupo católico y reaccionario del Consejo Privado. Una de esas damas —Katherine, duquesa de Suffolk— era especialmente influyente. Sus opiniones religiosas eran las de la nueva generación, muy distintas de las de su madre (María de Salinas) o de la reina a la que su madre había servido. 



La reina atacaba a aquellos que criticaban la lectura de la Biblia sobre la base de que eso conducía a la herejía: seguramente tales críticas podían ser en sí mismas una forma de blasfemia contra el Espíritu Santo. "¿No es una perversión extrema —escribió— cargar la palabra santificada y sagrada de Dios con las ofensas del hombre? ¿Alegar que las Escrituras son un saber peligroso, porque ciertos lectores caen en herejías?"


Pero en mayo de 1543 el Consejo había decidido que la "clase inferior" no se beneficiara con el estudio de la Biblia en inglés. En un sermón en la ciudad de Londres del año siguiente, se sugirió que el estudio de las Escrituras estaba volviendo indóciles a los aprendices. 


Aparte del de autora, el papel de la reina Catalina como protectora recuerda el de Ana Bolena. Promovió la traducción de la paráfrasis de las Escrituras de Erasmo, si no la realizó ella personalmente. La reina ejercía su influencia para proteger a los reformistas que se encontraban en dificultades. En 1544, por ejemplo, envió a su propio servidor, Robert Warner, a suplicar por el maestro de escuela reformista Stephen Cobbe ante la Corte de Concejales de la ciudad de Londres. Parece ser que ella lo salvó en esa ocasión, aunque Cobbe se metió otra vez en líos al año siguiente. 

El cuadro dinástico



Hacia 1545, Enrique VIII encargó un enorme retrato que simbolizara la gloria de la dinastía Tudor. Es una obra notable por dos razones. En primer lugar, el tamaño y la posición de las figuras responden a su importancia dinástica. En la parte exterior, separadas de la familia por pilares, están de pie las dos hijas del rey; son de tamaño más o menos igual, salvo que lady María se sitúa en primer plano de su panel mientras que lady Isabel aparece un poco más atrás. 
Lady María
Lady Isabel

El grupo central está formado por el poderoso rey en su trono, con las piernas torneadas —no tumefactas— y los tobillos a la vista como hubiesen sido en su apogeo como deportista. El heredero del trono, el príncipe Eduardo, está a su derecha, sorprendentemente desarrollado para ser un muchacho de siete u ocho años, con la cara de tamaño casi adulto.


La segunda característica notable es la presencia en ese grupo inferior de la reina Jane Seymour, de tamaño natural y figura femenina dominante. No hay señales de la reina Catalina Parr, que en la época de la ejecución de ese cuadro había sido la consorte "más amada" del rey durante dos años, su regente y que presidía su corte. Para el rey, se trataba de una representación evocativa de la sucesión masculina que tanto se había esforzado por establecer, incluida a la "enteramente amada" reina Jane que finalmente le había permitido lograrlo. En la actualidad podemos extraer del cuadro otro mensaje: la importancia de cualquier mujer, incluida una reina como Catalina, dependía en última instancia de su capacidad para satisfacer los deseos filoprogenitores de su esposo. 


Una serie de luchas por el poder dentro del Consejo y en la corte marcaron los últimos años de Enrique VIII: una vez más, los Howard compitieron con los Seymour. En esas luchas, los Howard, no sólo el duque de Norfolk sino también su hijo, estaban representados como antes por el grupo católico encabezado por el obispo Gardiner. Los Seymour y el arzobispo Cranmer tendían a la Reforma. 

Los Parr también apoyaban la Reforma, no sólo la reina sino también lord Parr de Kendal y los Herbert. Pero mientras el duque de Norfolk —el principal duque de Inglaterra— podía pretender representar a la familia más distinguida del país, y el conde de Hertford era indudablemente el tío por sangre del futuro rey, los Parr no tenían títulos que los convirtieran en jugadores importantes de esa partida: la reina Catalina no formaba parte del cuadro dinástico. Sus ideas religiosas la convertían en un blanco excelente para el ataque, que se podía convertir en un asalto indirecto a los reformistas del Consejo Privado.

En peligro
En 1546, la persecución de los herejes se hizo más intensa. Sir Thomas Wriothesley había sucedido al más benigno lord Audley como lord canciller en mayo de 1544: era ferviente en su persecución de los herejes relacionados con la corte. Wriothesley era uno de aquellos que habían evaluado a Catalina Parr en el momento de su matrimonio como "una mujer, a mi juicio, por virtud, sabiduría y gentileza muy apta para Su Alteza, y estoy seguro que Su Majestad nunca tuvo una esposa más agradable para su corazón de cuanto es ella". Esos tiempos hacía mucho que habían pasado. Él pertenecía ahora al grupo de aquellos que se sentían felices de perturbar a Su Majestad en esa armoniosa relación, si al hacerlo podían derribar a los reformistas.


Había rumores acerca de la inestabilidad de la posición de la reina. Por una parte, es difícil saber ahora cuánta credibilidad otorgarles; la idea que llegó al extranjero de que el rey se libraría de Catalina Parr para casarse con Katherine, duquesa de Suffolk, es improbable, y el propio creador del rumor admitió que el rey no demostraba ningún cambio de conducta hacia su esposa. Persistían rumores semejantes relativos a lady Ana de Cleves, de la que se decía que había tenido dos hijos con el rey en mayo de 1546. 



Una profecía, en junio, de cierto Robert Parker, en el sentido de que "la reina no deber reinar largo tiempo, y debe haber otra reina", era otra de las muchas predicciones que nunca se cumplieron.



Un arresto fundamental desde el punto de vista de Catalina fue el de Anne Askew, el 24 de mayo. Era una joven de poco más de veinte años, de ideas marcadamente reformistas, apasionada de los estudios bíblicos como la reina. Innegablemente poseía muchas relaciones en la corte. La hermana de Anne Askew estaba casada con el mayordomo del difunto duque de Suffolk; su hermano Edward tenía un puesto en la casa del rey. Ella había estado casada brevemente en su Lincolnshire natal y tenía hijos, pero había ido a Londres después de que el esposo aparentemente la expulsara por enfrentarse con sacerdotes locales. En 1545 Anne Askew ya había sido interrogada por herejía y había respondido con vigor a sus acusadores. Sobrevivió a la experiencia. No pudo sobrevivir al renovado ataque de 1546, aunque nunca cedió a sus acusadores masculinos. Su notable espíritu, que no se quebró ni siquiera bajo tortura, ilegal para una mujer de su posición, al menos le valió ser considerada una heroína protestante en el reinado siguiente.


Anne Askew

Por entonces, encarcelada en la Torre de Londres, Anne fue presionada interminablemente sobre el tema de las grandes damas de la corte cuyas ideas religiosas eran sospechosas para Wriothesley y su ayudante Richard Rich. Los dos manejaban el potro de tormento, enfurecidos por el silencio obstinado de Anne, cuando el teniente de la Torre se negaba a hacerlo. Ella admitía haber recibido regalos en dinero de los servidores de Anne, condesa de Hertford, y lady Jane Denny, pero se negaba absolutamente a agregar a aquellos que diera las pistas esenciales respecto de sus esposos (o la reina). El 16 de julio, Anne Askew, horriblemente lisiada por las torturas pero sin retractarse, fue quemada por herejía. Con ella murió, por el mismo cargo, John Lascelles: aquel cuyas escandalosas revelaciones habían conducido al encarcelamiento y la muerte de Catalina Howard. 


Anne Askew quemada en la hoguera

Quedaba por ver si la reina Catalina Parr seguiría a su predecesora a la Torre de Londres, aunque por una razón muy diferente. Irónicamente, fue la propia reina Catalina la que aportó el vital elemento que faltaba al permitir que sus enemigos religiosos atacaran su posición con su esposo. En su versión de los acontecimientos de ese verano de 1546, lord Herbert de Cherbury relató que, en su dolor, al rey "no le agradaba que lo contradijeran", especialmente en su vejez y por su esposa. Eso, y el relato del martirólogo protestante John Foxe, que es la fuente de la historia, demuestra que la reina Catalina había intentado lo impensable en lo que concernía a Enrique VIII: le había dado un sermón a su esposo, e incluso "en el calor de la discusión había ido muy lejos".



Ella debió haber sido más prudente; después de todo, había estado casada con otro hombre mayor de mala salud. Y, tal vez, en lo más profundo de su corazón, la reina Catalina supiera qué le convenía. Tal vez su lado impulsivo, tan poco coherente con su correcta conducta, anteriormente expresado en su amor por Thomas Seymour, sencillamente no le permitiera guardar silencio sobre sus propias ideas religiosas.



El 4 de julio, el Consejo Privado ordenó a los auditores de la reina que presentaran los libros de sus bienes. Eso probablemente significaba que los cargos que se le imputarían estaban decididos, ya que indicaba que sus extensas propiedades podían serle pronto confiscadas. Públicamente, el estado de ánimo del rey seguía variando: le hizo una visita a la reina cuando ella estuvo enferma y la trató muy bien; pero los cortesanos más experimentados sabían que las iras explosivas del rey Enrique iban acompañadas de una engañosa habilidad para ser cortés con aquellos a los que estaba a punto de destruir, en especial con el cardenal Wolsey. Los que habían preparado los cargos estaban convencidos de que el rey se avendría a sus planes para eliminar a su sexta esposa. 






Bibliografia                                                                                       Fraser, Antonia: Las seis esposas de Enrique VIII, Byblos, Barcelona, 2007.

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