14 dic 2017

Isabel de Baviera "Sissi" (parte 4)

Salida de Viena
En la primavera de 1859, el emperador partió a los territorios en guerra de la Alta Italia para supervisar las operaciones militares. Cuando Sissi se entera, queda muy afligida. Tras despedirse de su esposo, regresó al palacio de Schönbrunn para encerrarse en sus aposentos. La niñera de sus hijos, Leopoldina Nischer, escribiría en su diario: «El desconsuelo de la emperatriz sobrepasa todo lo imaginable. No ha dejado de llorar desde ayer por la mañana, no come nada  y está siempre sola, como no sea con los niños». La emperatriz, nerviosa y deprimida, abandona por completo sus obligaciones oficiales y casi no sale de sus aposentos. Dormía muy poco y sufría frecuentes crisis de angustia.

Mientras las noticias que llegan desde el frente son cada vez más preocupante, el emperador sigue escribiendo a su esposa tiernas cartas tratando de calmar su angustia. Tras las derrotas militares en Magenta y Solferino contra las tropas de Napoleón III, Francisco José por primera vez deberá asumir la responsabilidad de su fracaso. Nunca será tan impopular en su país como en aquellos difíciles días. Sissi se muestra cada vez más contraria al régimen absolutista y militar. Está convencida de que las ideas de Sofía en política exterior llevaran al imperio a la ruina.

Por primera vez se atrevió a darle un consejo político a su esposo: que firmara la paz con Napoleón III lo antes posible. Francisco José no le hizo ningún caso, y se mostró molesto por lo que consideraba una intromisión en sus asuntos. Finalmente, Austria firmaría la paz con Francia, cediendo la Lombardía, su provincia más rica, y manteniendo por poco tiempo Venecia. El emperador aprobará el Diploma de Octubre, un decreto que supone un primer paso para establecer un régimen parlamentario y otorgar al imperio una Constitución. 

En el invierno de 1859, Sissi sufre su primera crisis matrimonial. El emperador, que hasta entonces se había mostrado muy paciente con su caprichosa mujer, se harta de las discusiones entre la emperatriz y la archiduquesa Sofía, surgiendo rumores de amoríos.

Sissi estuvo enferma desde su boda, pues de niña había sido muy sana. Ahora sufría vértigos, dolor de cabeza, insomnio, fiebre y fatiga. Su estado había empeorado tras el nacimiento de Rodolfo. Padecía una tos que le impedía dormir y sus ayunos la habían dejado anémica. Un consomé compuesto por una mezcla de carne de ternera, pollo, venado y perdiz; carne fría, sangre de buey cruda, leche, tartas y helados constituían sus únicos alimentos. Vivía obsesionada por mantener su peso de cincuenta kilos y su cintura de cuarenta y siete centímetros. Medía un metro setenta y dos, siendo más alta que su esposo, aun cuando en los retratos la hicieran parecer más baja que Francisco José. La emperatriz encontró en la gimnasia una de sus actividades predilectas que practicaba a diario, algo inusual para una dama de su época y rango.  Isabel tenía todos los síntomas de una enfermedad entonces desconocida: la anorexia nerviosa.


A punto de cumplir los veintitrés años, anuncia al emperador que quiere irse lejos de Viena. El doctor Skoda, temiendo una tuberculosis, le recomienda que se traslade a un lugar más cálido. Sissi elige la isla de Madeira tras escuchar a su cuñado favorito —el archiduque Maximiliano— alabar las bellezas de aquella isla donde residió una larga temporada. Como de costumbre, Sofía la critica por esta decisión.

Con este viaje da comienzo la vida errática de la soberana, que intentará pasar en Viena el menor tiempo posible. En Madeira la emperatriz se instala en una hermosa villa encalada, Quinta Vigia, con espléndidas vistas al mar. Se entretiene con sus perros, sus papagayos y con los ponis que ha mandado comprar para revivir su infancia en Possenhofen. El clima primaveral contribuye a mejorar su salud y está de buen humor. Pero a medida que pasan los días comienza a sentir una gran añoranza de su esposo y de sus hijos. 

A principios de abril de 1861 la emperatriz piensa en el retorno a Hofburg con sentimientos encontrados. Antes de reunirse con su esposo en Trieste, la emperatriz Isabel llegaba a las costas de Cádiz a bordo del yate de la reina Victoria. El viaje continúa por Gibraltar hasta Mallorca, y de ahí a Corfú. Esta isla, entonces en manos de Inglaterra, la cautivó desde el primer instante y aunque quiso detenerse en ella más tiempo y visitar el resto de islas Jónicas, Francisco José impaciente salió a su encuentro en Trieste. Tras seis meses de separación la pareja imperial se abrazó de nuevo con lágrimas en los ojos. 

Pero apenas llevaba unos días en Viena cuando su salud empeoró de nuevo. El doctor Skoda le recomienda instalarse en Corfú. El cambio de clima le sienta bien y al poco tiempo desaparece la tos, el dolor de pecho y recupera el color de sus mejillas. El emperador decide viajar a Corfú para ver a su esposa. Sissi le confiesa que sufre mucho al verse privada de sus  hijos, pero que no desea pasar el invierno en Viena por miedo a recaer.Finalmente llegan a un acuerdo y el emperador, al ver su mejoría, permite que los niños viajen a Venecia para estar allí unos meses con ella, pese a las protestas de Sofía. 

Después de permanecer un año entero en Corfú y Venecia, la emperatriz aún no se atrevía a volver a Hofburg y prefirió quedarse un tiempo en Possenhofen. Las semanas que pasó en ese lugar que tan felices recuerdos le traían la ayudaron a coger fuerzas para enfrentarse de nuevo a la vida cortesana de Viena. Aunque a Sissi le hubiera gustado pasar más tiempo en su amada Baviera, a mediados de agosto de 1862 tuvo que regresar a Viena porque era el cumpleaños del emperador. Francisco José cumplía treinta y dos años.
En su breve encuentro con el emperador en la isla de Corfú, también consiguió la autorización para destituir a su camarera mayor, la condesa de Esterházy, a la que tuvo que soportar durante ocho largos años.
Once años había tardado Sissi en encontrar el valor suficiente para enfrentarse a su esposo y a su suegra Sofía. Al imponerse de manera tan enérgica al emperador, amenazándole incluso en que si no cumplía con sus exigencias abandonaba para siempre Austria, Francisco José cedió. Para Isabel lo importante es que había conseguido librar a su hijo de la severa educación militar que le infligía Gondrecourt y sustituirlo por un preceptor que sentía verdadero afecto por el niño. La emperatriz también se encargó de elegir a los profesores de su hijo apostando por intelectuales burgueses y liberales cuyas enseñanzas calaron hondo en su pupilo. Con el tiempo el príncipe heredero Rodolfo de Habsburgo llegó a ser un liberal convencido, lo que le acarrearía graves enfrentamientos con su padre el emperador. Sin embargo su madre siempre lamentaría no haber intervenido antes porque el príncipe padecería graves secuelas —como trastornos psíquicos y pesadillas— a lo largo de toda su vida.

Vanidad
Si el emperador cedía a los caprichos de su esposa, no sólo era porque estuviese en juego el prestigio de los Habsburgo, sino porque aún estaba enamorado de ella. En esa época, Isabel estaba el apogeo de su belleza. El ejercicio y las dietas habían cumplido con su función de mantener su aspecto juvenil. Hacia 1860 la fama de la belleza de la emperatriz Isabel de Baviera se había extendido por toda Europa. Consciente de su poder de seducción, Sissi se fue volviendo más arrogante, caprichosa y egocéntrica.


Fue en sus primeros viajes a las islas de Madeira y Corfú donde sufrió una gran transformación y fue consciente por primera vez de su belleza. Los jóvenes caballeros que viajaban con ella, como su ardiente admirador el conde de Hunyady, no dudaban en alabar sus virtudes y su atractivo físico. Con el tiempo Sissi iba a desarrollar un auténtico culto a la belleza. En 1862, durante su estancia en Venecia, Isabel comenzó su afición a coleccionar fotografías de bellezas de toda Europa. También los diplomáticos austríacos recibieron la indicación de enviarle al ministro de Asuntos Exteriores fotos de mujeres hermosas para la emperatriz. Ante tal extraña petición, muchos pensaron que las fotografías en realidad eran para el emperador de Austria y no para su esposa.

Pero era su larga cabellera lo que provocaba la mayor admiración. Sissi rendía un auténtico culto a su cabello, cuyo color rubio se hacía teñir de un tono castaño, y lo mimaba en extremo. En una ocasión llegó a confesar: «Soy esclava de mi pelo». Tenía una espléndida melena, sana y abundante,que en su juventud le llegaba hasta los tobillos. Generalmente lo llevaba recogido porque le pesaba tanto que le provocaba dolores de cabeza. 

Se lo lavaba cada tres semanas con costosas esencias y la ayuda de una mezcla de coñac y yema de huevo. Ese proceso le llevaba un día entero, en el que la soberana no estaba para nada más. El peinado diario de su melena requería no menos de tres horas —vestirse, otras tres— y aprovechaba el tiempo para leer y escribir cartas. A medida que se hacía mayor, Isabel se obsesionó con mantener su legendaria belleza. En su lucha por no envejecer, recorría los más afamados balnearios europeos de Karlovy Vary, Gastein, Baden-Baden o Bad Kissinger para someterse a largos y costosos tratamientos. Para mantener el cutis terso se aplicaba mascarillas de carne fresca  de ternera, o fresas trituradas. Por las noches dormía con paños húmedos sobre las caderas pues creía que así no perdería su esbelta figura.

En el Palacio Imperial de Hofburg la emperatriz mandó construir detrás de su tocador un cuarto de baño propio —inexistente en el resto de los aposentos reales—, en el que instaló una bañera de chapa de cobre. Allí tomaba sus baños de vapor y de aceite de oliva para hidratar la piel, y contrató a una especialista en masajes e hidroterapia.

Reyes de Hungría
Isabel nunca disimuló las simpatías que sentía hacia el pueblo húngaro. Con el tiempo se convirtió en una ardiente defensora de sus peticiones nacionalistas. En 1864, llegó a la corte vienesa Ida Ferenczy, una joven campesina de origen húngaro que ejercería gran influencia sobre la soberana. Su nombramiento como dama de compañía de la emperatriz fue muy criticado en Hofburg porque la elegida no pertenecía a la alta aristocracia. Durante treinta y cuatro años, hasta la muerte de Sissi, fue su más íntima confidente. Ida conocía todos sus secretos, se ocupaba de su correspondencia más privada y acabó siendo su amiga. Fue ella quien le presentó al conde Gyula Andrássy, uno de los líderes de la revolución del 48 y héroe nacional.

Coronación de Francisco José e Isabel como reyes de Hungría

En la corte vienesa se rumoreaba que eran amantes, pero la emperatriz admiraba a Andrássy por su inteligencia y valentía al poner en peligro su vida por defender una causa justa. Francisco José lo había condenado a muerte por alta traición, pero Andrássy consiguió huir a París y regresó tiempo después al ser concedida una amnistía. Tras largos años de negociaciones con la Corona austríaca, en 1867 el emperador restauró su antigua Constitución y reconoció sus privilegios como reino independiente dentro del imperio. Fue un triunfo político de Isabel, que desde ese instante contó con el sincero afecto del pueblo húngaro. El 8 de junio, en una ceremonia de auténtico lujo asiático celebrada en la iglesia de Matías en Budapest, los emperadores de Austria fueron coronados como reyes de Hungría. Francisco José vestía el uniforme de mariscal húngaro y la emperatriz, un vaporoso vestido de inspiración húngara de brocado y plata confeccionado en París por el modisto Worth, un corpiño de terciopelo y una corona de diamantes. 

María Valeria

A los diez meses de la coronación, nació en Budapest la archiduquesa María Valeria, «su hija húngara», como ella la llamaba. La emperatriz cuidó de la niña con una dedicación exclusiva y un amor maternal exagerado. Aunque en Viena corría el rumor de que Andrássy era el padre de la pequeña, la paternidad de Francisco José quedó fuera de toda duda. En aquel tiempo los soberanos habían reanudado sus relaciones íntimas y ante el enorme parecido de Valeria con el emperador, los rumores se acallaron. La admiración de Andrássy, nombrado primer ministro de Hungría, se mantuvo hasta la muerte de este político. En su frecuente correspondencia con la emperatriz se refleja su incondicional lealtad y agradecimiento. El bautizo de la princesa tuvo lugar en el castillo húngaro de Ofen, lo que indignó aún más a la archiduquesa Sofía y a la sociedad cortesana. Isabel quiso a esta niña con un amor tan posesivo y asfixiante que en la corte de Viena era conocida irónicamente como «la Única». Años más tarde la propia Valeria confesaría: «El excesivo amor de mamá pesa sobre mí como una carga  insoportable». Las prolongadas estancias de Isabel en Hungría y los triunfos obtenidos en este país que tanto amaba provocaron un gran malestar en Viena.

Declive y tragedias
En julio de 1867, Maximiliano fue asesinado en México. Sofía, a sus sesenta y dos años, ya no era ni la sombra de la enérgica archiduquesa de antaño. La noticia de la muerte de su hijo había quebrantado el ánimo de la archiduquesa, a tal punto que abandonó el conflicto con su nuera. Tras el nacimiento de Valeria, la emperatriz pasaba la mayor parte del año en Hungría o en su palacio familiar de Baviera. Sissi ya no se ocupaba de sus hijos mayores, pero dedicaba todo su tiempo a Valeria, siendo la única hija que no le fue arrebatada por su suegra. 


Mientras tanto, Francisco José contemplaba la decadencia de Austria, un país envuelto por luchas internas y guerras. La archiduquesa Sofía no viviría para ser testigo del derrumbe del Imperio, muriendo el 28 de mayo de 1872. Sin embargo, nada cambió para Sissi con la muerte de la suegra que la había atormentado durante dieciocho años. La emperatriz continuó sin cumplir con sus funciones de primera dama y la estricta etiqueta se mantuvo. 

A partir de los treinta y cinco años, la emperatriz empezó a mostrarse huraña. No quería que nadie fuera testigo de su decadencia física, aunque siguiera siendo hermosa. Se refugiaba en el castillo de Gödöllö, donde se dedicaba a la equitación. Incluso llegaron rumores a Viena de que había mandado construir una pista de circo. Alrededor de 1883, Sissi perdió su entusiasmo por los caballos. Retomo la costumbre de caminar a un ritmo que agotaba a sus damas de compañía, pues su soberana podía resistir entre ocho y diez horas de caminata.

En abril de 1870, la pareja imperial celebró sus bodas de plata, ocasión en la que posaron para el que sería su último retrato oficial. Era bien sabido que los emperadores ya no compartían lecho desde el nacimiento de Valeria. Aunque la influencia de Sissi sobre su marido era innegable, el cual nada podía negar a su mujer. Y pese a los rumores de infidelidad de Sissi, no hay prueba de que ésta traicionara a Francisco José. Simplemente era una mujer que le gustaba rodearse de aduladores (hasta que se aburría de ellos).

Katharina Schratt, una actriz austríaca, se convirtió en amante del emperador, a quien acompañó hasta la muerte de éste en 1916. Sissi consintió esta relación.

Hacia 1886 Isabel pareció intuir que una serie de terribles desgracias la iban a golpear e incluso que su muerte estaba próxima. Alguien le contó la maldición que pesaba sobre los Habsburgo. Según la leyenda, desde tiempos lejanos una figura desvaída y misteriosa, la Dama Blanca, solía aparecerse a los miembros de la familia para anunciar una tragedia. Sissi la había visto en varias ocasiones, pero ahora pensaba que ya no podría rehuirla: «Sé que voy hacia un fin espantoso que me ha sido asignado por el destino y que sólo atraigo hacia mí la desgracia», le dijo un día paseando a su leal condesa de Festetics. 
Primero fue la muerte en extrañas circunstancias de Luis II de Baviera, su primo más querido, que apareció ahogado en las aguas del lago de Starnberg. La noticia de su trágica muerte, al día siguiente de haber sido recluido a la fuerza en el castillo de Berg, agravó el extravagante comportamiento de Sissi. Se aficionó al espiritismo para contactar con él y afirmaba que Luis se le había aparecido en varias ocasiones. 

Rodolfo de Habsburgo

El 30 de enero de 1889, la emperatriz recibió un duro golpe, al enterarse del suicidio de su hijo. El heredero del Imperio había sido encontrado junto a su amante, María Vetsera. Sissi estaba devastada. Se deshizo de todos sus vestidos y joyas, que repartió entre sus hijas y damas. A partir de ese momento, vistió luto y nunca más se dejó fotografiar ni retratar. A sus sesenta años, seguía recorriendo el mundo, huyendo de su dolor.


Muerte

Asesinato de Isabel de Baviera

En sus últimos años Suiza se convirtió en uno de sus destinos favoritos. Ya casi nunca ponía un pie en Viena, pero mantenía una fluida correspondencia con su esposo. Tras más de cuatro décadas de matrimonio y tantas desavenencias, ahora se mostraban cariñosos y comprensivos el uno con el otro. Atrás quedaban los reproches, y trataban de consolarse mutuamente en el ocaso de sus vidas. 
Fue en Ginebra donde Sissi se encontró cara a cara con la Dama Blanca. En el mañana del 10 de septiembre de 1898, la emperatriz y su nueva dama de honor húngara, Irma de Sztáray, salieron del hotel Beau Rivage donde se alojaban, a orillas del lago Leman. Se disponían a coger el vapor de línea para Montreaux cuando en el embarcadero un individuo se abalanzó sobre ella y le clavó un estilete a la altura del corazón. Sissi cayó al suelo, pero no se dio cuenta de que la habían herido. Se levantó enseguida y las dos damas caminaron cien metros hasta subir al barco. Ya en cubierta la emperatriz se desplomó y los que la atendieron comprobaron que estaba muerta.

Luigi Lucheni

Su agresor, un anarquista italiano desquiciado de nombre Luigi Lucheni, confesó que se encontraba en Ginebra con la intención de asesinar al pretendiente al trono de Francia, Enrique de Orleans. Pero quiso el destino que éste no llegara a la ciudad como tenía previsto, y el asesino cambió de víctima. En un diario local leyó que la emperatriz de Austria se hallaba de paso en la ciudad y se alojaba en el Beau Rivage. Sólo tuvo que esperar y alcanzar a la dama de negro, que nunca llegó a su destino.

Sepulcro de Francisco José, Isabel y Rodolfo

Cuando el emperador se enteró en el palacio de Schönbrunn de la muerte de Sissi a través de un escueto telegrama, intentó mantener la compostura pero se le saltaron las lágrimas. Isabel quería ser enterrada junto al mar, en su refugio de Corfú, muy lejos de Viena, que para ella se había convertido en una «ciudad maldita». En su lugar, y siguiendo el tradicional protocolo de los Habsburgo que Sissi tanto aborrecía, su cadáver embalsamado comenzó un macabro ritual. Su corazón herido fue depositado en la capilla de Loreto de la iglesia de los Agustinos, en una urna de plata. En la catedral de San Esteban quedaron custodiadas en un nicho sus vísceras, junto a las de otros augustos monarcas. El féretro cubierto de flores blancas, acompañado de doscientos jinetes montados en caballos negros, fue conducido a la iglesia de los Capuchinos donde llegó a las nueve de la noche. En su lúgubre y húmeda cripta Isabel de Baviera, descansa entre los Habsburgo, como una extraña y en contra de su voluntad.



Fuente:
Morato, Cristina Morato, "Reinas malditas", Plaza&Janes, 2014.


11 dic 2017

Fernando I, emperador del Sacro Imperio

«Fiat justitia et pereat mundus»
«Que se haga justicia, aunque perezca el mundo»


Primeros años
Era segundo hijo varón y cuarto vástago del duque de Borgoña, Felipe de Austria, y la princesa de Asturias, Juana de Trastámara. Llegó al mundo el 10 de marzo de 1503, en Alcalá de Henares, como primer archiduque de Austria nacido en suelo español. Tenía tres años cuando su padre falleció y convivió poco con su madre. Fue criado por sus abuelos maternos, los Reyes Católicos, y el nieto preferido a quien hubiesen preferido legar la herencia hispánica. Fue llamado Fernando en honor a su abuelo, Fernando de Aragón.

A pesar de tener los mismos padres, Fernando era muy diferente a su hermano mayor, el emperador Carlos V. Fernando recibió una formación humanística, religiosa y cortesana, durante los años de esplendor cultural en la corte de Isabel I de Castilla y Fernando de Aragón. Es probable que Fernando tuviera como profesor de latín al humanista italiano Lucio Marineo Sículo, junto con Petrus Mártir. El infante estaba rodeado por españoles: Pedro Núñez de Gúzman como ayo; fray Álvaro de Osorio como capellán; y pajes, entre ellos, miembros de la familia Guzmán, Osorio y Velázquez de Arévalo. Según la descripción de fray Álvaro de Osorio en estos años: “Parecía en todas cosas así en la condición, en el gesto y como en el andar y en todas las otras cosas al rey don Fernando su abuelo. Era naturalmente inclinado a cosas de artificio como de pintar y esculpir y sobre todo a fundir cosas de metal y a hacer tiros de pólvora y tirar con ellos. Holgaba de oír crónicas y cuentos y de todo se acordaba (…) decía algunos dichos así siendo niño de cinco hasta nueve o diez años tan agudos, tan discretos que todos se maravillaban”.


A mediados de 1508, el rey Fernando y su nieto viajaron por Andalucía. En su testamento, el rey quiso otorgar al infante Fernando el gobierno de los reinos hispánicos hasta la llegada de Carlos, algo que habría provocado un conflicto entre los hermanos.

Destierro
Aunque no se ponían en duda los derechos hereditarios de Carlos sobre los reinos españoles, desde la corte flamenca se observaba como el infante Fernando se convertía en un nuevo competidor de su hermano mayor, que era un desconocido en la Península. Un par de testimonios permiten atisbar la situación: Alonso de Santa Cruz anota que “el rey don Carlos era aborrecido de muchos, y el Infante su hermano, amado de todos, al cual tenían por Príncipe natural y a su hermano por rey extranjero” (A. Santa Cruz, 1925: parte II, cap. V, vol. I, págs. 182-183).

La muerte de Fernando el Católico en 1516 supuso un vuelco en el destino del infante Fernando, que acabó siendo enviado al destierro. Las personas del entorno de Fernando que se consideraban peligrosas para los intereses de Carlos fueron destituidas por el cardenal Cisneros en Aranda de Duero. Con el primer encuentro de los hermanos, el 12 de noviembre de 1517 en Mojadas, se inició una relación complicada, que no terminaría hasta que Carlos V renunciara, cuatro décadas después, a la Corona imperial. El infante recibió de su hermano mayor la orden del Toisón de Oro. En abril de 1518, los hermanos se despidieron en Aranda de Duero.

Margarita de Habsburgo, tía de Fernando, con quien vivió por unos años

Fernando vivió en la corte de su tía, la archiduquesa Margarita de Habsburgo, rodeado de españoles y flamencos. Permaneció allí porque a principios de 1519 había muerto su abuelo paterno, el emperador Maximiliano I. En enero de 1519, desde Austria se había solicitado impacientemente la presencia de los dos hermanos después de la muerte de Maximiliano I. Margarita de Habsburgo propuso a Carlos presentar al infante a la elección imperial, aunque esta idea fue descartada por el nuevo jefe de la Casa de Austria. Tras la Dieta de Worms, fue nombrado presidente del Consejo de Regencia, el cual tenía como misión dirigir los asuntos alemanes en ausencia de Carlos V. A la muerte de Maximiliano I, Carlos le cedió a Fernando territorios patrimoniales que comprendían la Alta y Baja Austria, Carintia, Estiria y Carniola (Dieta de Worms, 1521), y posteriormente el Tirol, la Alta Alsacia y el ducado de Württemberg, lo cual le equiparaba con el resto de los príncipes alemanes. 
Cuando en 1521 llegó Fernando a Austria, su proceso de germanización cultural era tan escaso como el de hispanización de su hermano Carlos. En el mismo orden de similitudes, para aquellas tierras el nombre de Fernando era tan extraño como en éstas el de Carlos, o el de Felipe.


Gobernante y mano derecha del Emperador
Ana Jagellón
En 1521, Fernando contrajo matrimonio con Ana Jagellón de Hungría y Bohemia, la hija de Vladislao II de Hungría y Bohemia. El hermano de Ana Jagellón, el futuro Luis II de Hungría y Bohemia, se casó a su vez con la hermana de Fernando, María de Habsburgo, quedando estipulado que Fernando sucedería a su cuñado en caso de que éste muriera sin descendencia. De su matrimonio nacieron quince hijos:

  • Isabel de Habsburgo (9 de julio, 1526 – 15 de junio, 1545), casada con Segismundo II Jagellón, Rey de Polonia (primeras nupcias).
  • Maximiliano II de Habsburgo (Viena, 31 de julio de 1527 – Ratisbona, 12 de octubre de 1576), casado con su prima hermana María de Austria y Portugal, hija de Carlos I.
  • Ana de Habsburgo (7 de julio, 1528 – 16/17 de octubre, 1590), casada con Alberto V de Baviera. 
  • Fernando de Habsburgo (14 de junio, 1529 – 24 de enero, 1595), conde de Tirol, casado con Filipina Welser y Ana Catalina Gonzaga de Mantua.
  • María de Habsburgo (15 de mayo, 1531– 11 de diciembre, 1581), casada con Guillermo V de Cleves.
  • Magdalena de Habsburgo (14 de agosto, 1532 – 10 de septiembre, 1590), monja.
  • Catalina de Habsburgo (15 de septiembre, 1533 – 28 de febrero 1572), casada con Segismundo II Jagellón, Rey de Polonia (terceras nupcias).
  • Leonor de Habsburgo (2 de noviembre, 1534 – 5 de agosto, 1594), casada con Guillermo Gonzaga de Mantua.
  • Margarita de Habsburgo (16 de febrero, 1536 – 12 de marzo, 1567), monja.
  • Juan de Habsburgo (10 de abril, 1538 – 20 de marzo, 1539).
  • Bárbara de Habsburgo (30 de abril, 1539 – 19 de septiembre, 1572), casada con Alfonso II de Ferrara.
  • Carlos de Habsburgo (Viena, 3 de junio, 1540 – Graz, 10 de julio, 1590), duque de Estiria, de Carintia y de Carniola y Conde de Goritz y del Tirol. Casado con María Ana de Baviera. 
  • Úrsula de Habsburgo (24 de julio, 1541 – 30 de abril, 1543).
  • Elena de Habsburgo (7 de enero, 1543 – 5 de marzo, 1574), monja.
  • Juana de Habsburgo (24 de enero, 1547 – 10 de abril,1578), casada con Francisco I de Médicis, Gran Duque de Toscana. 
Ana de Hungría y Bohemia murió tres días después de dar a luz a Juana de Habsburgo. Fue enterrada en la catedral de San Vito, en Praga, donde años más tarde le acompañó su esposo

Más tarde, Carlos reforzó la autoridad de su hermano nombrándolo Rey de Romanos (el 5 de enero de 1531), título que le resultó determinante para heredar el Imperio. Con la muerte de Luis II en 1526, Fernando reclamó el trono húngaro por vía de su matrimonio con la hermana del fallecido rey. La posición política de Fernando se volvió bastante ambigua, ya que tuvo que combinar los papeles de representante alemán de la política imperial, príncipe territorial alemán y rey independiente de Hungría, constantemente hostigado por los turcos. 


Durante su estancia en Flandes, Fernando entró en contacto con el ambiente erasmista y humanista, adoptando una postura más conciliadora y tolerante en asuntos religiosos. En muchas ocasiones actuó como mediador entre su hermano y los príncipes protestantes.

En dicho año, Fernando fue elegido rey de Bohemia, pero además, fue elegido rey por un grupo minoritario de nobles húngaros, a condición de que su título fuera electivo y se comprometiese a respetar todas las costumbres del reino y los privilegios de la nobleza. A pesar de que la opinión general le aconsejaba que se quedara solamente con Bohemia y dejase que la convulsa Hungría se dividiera entre los otomanos y la nobleza húngara, Fernando persiguió durante toda su vida lo que parecía una quimera: recuperar la totalidad del reino, para lo que tuvo que enfrentarse con su rival al trono, Juan Zapolya, y contra los turcos, quienes, a partir de 1541, se establecieron de forma permanente en Hungría.

Aunque llegó a ver la coronación de su hijo como su sucesor, no consiguió eliminar el principio electivo; pero sí en Bohemia, aprovechando que (en 1547) los bohemios hicieron causa común con los protestantes del Imperio. La derrota de éstos por el Emperador les dejó a merced de Fernando. Con mucho tacto y habilidad, Fernando atacó solo el poder de las ciudades, destruyendo su independencia, pero perdonó a los nobles con la condición de que accedieran a que en el futuro la corona de San Wenceslao fuera hereditaria. 

Carlos no estaba dispuesto a perder ni una sola de sus posesiones. Para gobernar sus extensos dominios, tuvo que contar con el apoyo de sus familiares: su tía Margarita ejerció como regente de los Países Bajos hasta su muerte en 1530, sucediéndole María de Austria en el cargo. Delegó la regencia de España en su esposa Isabel de Portugal y, tras la muerte de ella, a sus hijos Felipe y María (ya casada con su primo Maximiliano). Los extensos territorios del centro de Europa requerían una dedicación y autoridad especial, no solo porque allí se encontraban los principados que formaban el Imperio, ahora revueltos a consecuencia de la Reforma, sino también porque los ducados austriacos tenían frontera con el Imperio Otomano, constante amenaza para la Cristiandad. 

Últimos años
Carlos pensó que su hijo, el príncipe Felipe, podía ocupar su puesto como cabeza de la dinastía, situándolo por encima de su hermano Fernando. En 1548, ordenó a su hijo que efectuase un viaje por Europa para darse a conocer ante sus futuros súbditos. Fernando, temiendo ser desplazado, se lo comunicó a su hermana María, quien, en 1551, se reunió con sus hermanos en Augsburgo para discutir la cuestión sucesoria. A partir de entonces, se abrió una doble rama en la dinastía de los Austrias. 

Carlos V

Fernando I

Cansado de las guerras y asuntos de gobiernos, Carlos I de España y V de Alemania abdicó entre 1555 y 1556 en favor de su hijo Felipe, a quien legó España y las Indias, y el Imperio para su hermano Fernando. El 14 de marzo de 1558 la dieta de Frankfurt eligió emperador a Fernando de Austria, sin contar con el respaldo del papa Paulo IV, el cual se negó a recibir al embajador enviado por éste, Martín de Guzmán, ya que consideraba que Carlos antes de abdicar debía haber solicitado su consentimiento, por lo que oficialmente Fernando no podía ser reconocido como emperador. Para el Papa, que en la elección imperial hubiesen participado tres príncipes protestantes, suponía que tanto Fernando como su hijo, el futuro Maximiliano II, eran unos herejes. Así Fernando tuvo que esperar a que llegara Pío IV al poder, para ser reconocido por la Iglesia de Roma.

El emperador Fernando I murió en Viena el 25 de julio de 1564, dejando a su hijo Maximiliano como heredero. 



Fuentes:
Rudolf, Karl Friedrich. (2003). Fernando I, el Olvidado Emperador Español. La Aventura de la Historia, 58, 56-61.

Ferdinand I. (n.d.). Retrieved December 11th, 2017, from http://biography.yourdictionary.com/ferdinand-i

César Cervera. (2014). Fernando I de Habsburgo: el emperador alemán que nació en Alcalá de Henares. Diciembre 11 de 2017, de ABC Sitio web: http://www.abc.es/madrid/20141128/abci-fernando-habsburgo-emperador-aleman-201411211850.html

Alfredo Alvar Ezquerra. (2014). 450 años del fallecimiento de Fernando I de Austria.. Diciembre 11 de 2017, de Real Academia de la Historia Sitio web: http://www.rah.es/450-anos-del-fallecimiento-de-fernando-de-austria/

http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=fernando-de-austria-emperador-del-sacro-imperio

3 nov 2017

Reseña: La letra escarlata (Nathaniel Hawthorne)

Alerta de spoiler

 “La letra escarlata” de Nathaniel Hawthorne


En 1642, en la ciudad de Boston, un gentío se reúne para presenciar el castigo de Hester Prynne, una mujer acusada de adulterio; es condenada a llevar una “A” en su vestido y permanecer tres horas en la picota. Se niega a revelar el nombre del padre de su hija ilegítima, Perla. En esta novela de romance y tragedia se nos presenta a la sociedad puritana del siglo XVIII, en Nueva Inglaterra, donde la hipocresía rodea la historia de una mujer condenada al escarnio público.

El autor revela una historia de pasiones prohibidas en una sociedad reprimida que juzga y condena toda acción que rebasa lo permitido. La protagonista, Hester Prynne, es obligada a portar una “A” bordada en su ropa, para que todo el que la vea se dé cuenta de que es una adultera. 

El marido de la joven aparece justo cuando se está llevando a cabo el castigo y se hace pasar por el médico Chillingworth, forzando a Hester a ocultar su identidad. Esta decidido a descubrir la identidad del amante de su esposa. Mientras Chillingworth trata la enfermedad del reverendo Dimmesdale, descubre en éste una marca de nacimiento que ya ha visto en otra persona. 

No solamente se describe el injusto trato que recibe una mujer que da rienda suelta a sus impulsos, sino el remordimiento de un hombre respetado en la comunidad, que observa a su amante e hija ilegítima siendo vilipendiadas, en lugar de compartir la culpa con ellas. Es fácil sentirse identificado con esta historia, pues, ¿cuántas veces no hemos sido señalados por nuestras culpas? Si la sociedad fuera justa, todos portaríamos una "A" en la ropa.

La novela mantiene buen ritmo y, por lo general, una narración fluida. Los únicos pasajes donde no note del todo esta cualidad son algunos de los capítulos dedicados a Chillingworth (especialmente) y al reverendo Dimmesdale. El personaje de Hester me cayó bastante bien por la dignidad y serenidad con las que enfrenta el oprobio de la gente. Perla, la hija de Hester, resulta irritable de vez en cuando pero también contribuye en algunos pasajes memorables. 

1 sept 2017

Recuerdos de los supervivientes (Encuestas)

La política nazi de los años treinta perseguía hacer tan insoportable la vida de los judíos que éstos se viesen obligados a abandonar el país. En gran medida, esta política fue un éxito: muchos judíos emigraron durante esa década. Sin embargo, a pesar de la discriminación económica, social y jurídica, otros muchos judíos prefirieron quedarse en Alemania, con la esperanza de que Hitler y los nazis desapareciesen y el país recuperase la normalidad.


Aunque al final se demostró que las esperanzas de los judíos eran ilusorias, no eran consecuencia de un proceso irracional; de hecho, se basaban en un lúcido análisis de las intenciones y actitudes de los vecinos, compañeros de clase y colegas alemanes, así como el trato que recibieron los judíos por parte del estado nazi y los oficiales del partido.

Encuesta de los supervivientes judíos de Krefeld, 1996

1. ¿Qué trato recibió usted de sus compañeros de colegio no judíos?

Cordial 22%
Principalmente cordial 18%
Una mezcla de cordial y no cordial 22%
Principalmente no cordial 2%
No cordial 7%
No tenía relación con los escolares no judíos 16%
No recuerda 0%
Otro tipo 2%
NS/NC 11%

2. Antes de 1933, ¿Qué trato recibió su familia de los ciudadanos no judíos?

Cordial 47%
Principalmente cordial 27%
Una mezcla de cordial y no cordial 11%
Principalmente no cordial 2%
No cordial 0%
No tenía relación con los escolares no judíos 2%
No recuerda 7%
Otro tipo 0%
NS/NC 4%

3. Después de 1933, ¿Hubo algún cambio en el trato que recibía su familia de los ciudadanos no judíos? ¿Cómo describiría dicho cambio?

Sin grandes cambios; cordial o principalmente cordial 20%
Empeoramiento gradual; mezcla 26%
Claramente peor; principalmente no cordial 33%
NS/NC 22%

4. ¿Recibió usted ayuda o apoyo significativo de los alemanes no judíos durante el Tercer Reich?

No 89%
Si 9%
NS/NC 2%

5. ¿Fue interrogado alguna vez por la Gestapo o por la policía?

No 89%
Si 9%
NS/NC 2%

6. ¿Sentía miedo por la posibilidad de que lo detuviesen durante el Tercer Reich?

Sentía un miedo constante 20%
Sentía miedo ocasionalmente 42%
No temía que tal cosa pudiera ocurrir 27%
NS/NC 11%

7. ¿Cuándo abandonó Alemania?

1933 11%
1934 2%
1935 2%
1936 7%
1937 7%
1938 20%
1939 29%
1940 4%
1941 4%
1942 2%
1943 0%
1944 2%
NS/NC 9%


NOTA: La media de edad de los encuestados era de setenta y seis años en el momento de realizar la encuesta (abril-junio de 1996). (Algo más del 50% de los encuestados nació en 1921 o en una fecha anterior).


Fuente
Johnson, Eric A.. (2002). El terror nazi. Barcelona y Buenos Aires: Editorial Paidós.

Kristallnacht, la noche de los Cristales Rotos (Parte 2)




Estos acontecimientos impactaron al mundo y a gran parte de la sociedad alemana. Muchos oficiales y altos cargos nazis condenaron los disturbios incontrolados y los daños causados a las relaciones internacionales como consecuencia del pogromo de la Kristallnacht que desencadenó Goebbels. Göring, que viajaba en tren cuando comenzaron las acciones contra los judíos, se sintió indignado cuando tuvo conocimiento de los hechos a su llegada a Berlín. No tardó tiempo en reaccionar: llamó rápidamente a Hitler para expresar su desacuerdo el 10 de noviembre y tomó medidas para controlar la situación. Al día siguiente se ordenó el cese del pogromo. 

El 12 de noviembre, Göring pronunció en Berlín una conferencia a la que asistieron los altos cargos del estado, el partido y la policía, así como los principales representantes de las compañías de seguros alemanas. Abrió la sesión declarando que ya había sufrido suficientes agravios y que ahora, de una vez por todas, iba a tomar las medidas necesarias para resolver la cuestión judía:
La reunión de hoy tiene un carácter decisivo. He recibido una carta en nombre del Führer [...] donde se ordena que la cuestión judía sea ahora, de una vez por todas, coordinada y resuelta de un modo u otro. [...] Esta vez debemos optar por algo decisivo. Porque, caballeros, creo que ya hemos tenido bastantes manifestaciones de violencia. No perjudican a los judíos, sino a mí mismo, como máxima autoridad en la coordinación de la economía alemana. Si hoy se destruye una tienda judía y sus bienes son arrojados a las calles, la compañía de seguros tendrá que pagar los daños, algo que ni siquiera afecta a los judíos. Además, los bienes destruidos provienen de los bienes del consumidor, que a su vez pertenecen al pueblo. [...] No deseo que quede una sola duda, caballeros, sobre el objetivo de esta reunión. No hemos venido simplemente a hablar, sino a tomar decisiones, e imploro a las instancias competentes que tomen las medidas oportunas para eliminar a los judíos de la economía alemana.
En la clausura de la conferencia, Göring exclamó: "De una vez por todas quiero erradicar los actos individuales [contra los judíos]". A partir de entonces, la persecución de los judíos se llevó a cabo al estilo metódico alemán, no en estallidos violentos y disturbios populares. Raul Hillberg apunta lo siguiente: "El pogromo de noviembre fue la última oportunidad para la violencia callejera contra los judíos. [...] A partir de entonces sólo fue posible tratar a los judíos de un modo "legal", es decir, de un modo metódico que permitía la planificación adecuada y concienzuda de cada medida". Los disturbios dieron paso a la normalidad en la mayor parte de las localidades antes del 11 de noviembre, pero los efectos secundaron perduraron varias semanas más. 

El 12 de noviembre, Göring ya había aprobado varios decretos en los que atribuía a los judíos la responsabilidad del asesinato de Rath -por el cual tendrían que pagar una multa de mil millones de marcos y costear los daños ocasionados- y excluía a los judíos de la vida económica alemana. Según el último decreto, del 1 de enero de 1939:

  • Se prohibía a los judíos que tuviesen tiendas al por menor o de venta por correo o trabajasen como comerciantes autónomos, pues ya no podían ofrecer al público bienes o servicios en mercados, ferias o muestras.
  • Podían ser despedidos con un aviso de sólo seis semanas de antelación.
  • Perdían todo derecho a reclamar el subsidio de desempleo o pensiones de jubilación.

Los expedientes de la Gestapo y los autos del Tribunal Especial relativos a los judíos de Krefeld, Colonia y Bergheim subrayan la precaria situación que vivieron los judíos desde la Kristallnacht hasta el estallido de la guerra, en septiembre de 1939. Muy pocos judíos acusados de infracciones de cualquier tipo recibían ahora medidas de indulgencia por parte de las autoridades. Casi todos fueron enviados directamente a campos de concentración, o bien condenados por tribunales alemanes y, después de cumplir la condena, enviados por la Gestapo a campos de concentración. Los datos sugieren también que no sólo la Gestapo y los tribunales castigaron más severamente a los judíos después de la Kristallnacht, sino que la Gestapo dedicó más recursos que antes a la incriminación de los judíos. 

Antes de noviembre de 1938, la Gestapo permitía que la población civil informase sobre los casos judíos, excepto cuando se trataba de presuntas actividades comunistas o peligrosas para el régimen. Después de la Kristallnacht, la Gestapo confiaba mucho menos en la población como fuente de información sobre los judíos, y mucho más en su propia red de espionaje. En 1939, las protestas comunistas, socialistas, religiosas o de otro tipo ya habían sido acalladas. La prioridad de la Gestapo y el régimen era obligar a los judíos a abandonar el país. 


Fuente
Johnson, Eric A.. (2002). El terror nazi. Barcelona y Buenos Aires: Editorial Paidós.

31 ago 2017

Kristallnacht, la noche de los Cristales Rotos (Parte 1)

Toda apariencia de moderación en el trato de los nazis hacia los judíos llegó a su fin en noviembre de 1938, cuando se desató el pogromo de la Kristallnacht. No obstante, los datos indican que la mesura temporal de los nazis en su política antisemítica -necesaria en parte por el deseo de Hitler de ofrecer una buena imagen a los extranjeros durante los Juegos Olímpicos de 1936- había finalizado al menos un año antes.


El 27 de noviembre 1937, el ministro de Economía del Reich, Hjalmar Schacht, que había supervisado el programa de renovación económica pero que también se había opuesto al antisemitismo radical en materia económica, fue destituido. Una vez eliminado el estorbo de Schacht, los empresarios judíos recibieron cada vez más presiones para vender sus negocios a firmas arias, siempre a precios muy inferiores a su valor en el mercado. El decreto de Göring del 15 de diciembre de 1937 redujo el cupo de materias primas y el mercado de divisas de los negocios judíos, y el del 1 de marzo de 1938 privó a los judíos del derecho de recibir contratos públicos. Para facilitar la "arianización" de la economía e impedir que los judíos conservasen sus bienes, Göring decretó el 26 de abril de 1938 que todas las propiedades judías por un valor superior a los 5.000 marcos fuesen registradas oficialmente. Entre junio y julio se aprobaron medidas adicionales para prohibir a los médicos, dentistas y veterinarios judíos atender a pacientes arios o a sus animales.

El acoso y la humillación de los judíos se exacerbaron en diversos aspectos durante este período, a medida que el régimen incrementó sus esfuerzos para obligar a los judíos a emigrar. La propaganda antisemítica se hizo más virulenta, muchos municipios aumentaron sus restricciones sobre el movimiento judío y los letreros "sólo para alemanes" fueron cada vez más comunes en los bancos de los parques. Un decreto promulgado el 17 de agosto de 1938 regulaba los nombres de pila, iniciando un proceso consistente en marcar a los judíos (proceso que culminó en septiembre de 1941 cuando se obligó a los judíos mayores de seis años a ponerse una estrella de David amarilla con la palabra judío cada vez que salían en público). De acuerdo con esta medida, que entró en vigor el 1 de enero de 1939, los judíos debían ser fácilmente identificables, eligiendo para sus hijos recién nacidos nombres prescritos en una lista, como Abimelech, Hennoch o Zedek para los varones, y Breine, Cheiche o Jezebel para las mujeres. 

Pese al acelerado ritmo de la persecución, muchos judíos se aferraron a la esperanza, cada vez más lejana, de que mejorase la situación, o al menos no empeorase. Sin embargo, de la noche a la mañana los judíos indecisos entraron en razón. "La Kristallnacht sucedió en noviembre de 1938 y todo cambió", afirmaba Max Rein en una carta que escribió el 1 de abril de 1988 a los organizadores de un intercambio entre antiguos judíos de Krefeld y escolares de la ciudad, en la víspera del quincuagésimo aniversario del pogromo.

La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, y durante varios días después, los judíos de Krefeld, Colonia, Bergheim y el resto de Alemania sufrieron un arrebato de violencia antisemítica sin parangón en todos los años del Tercer Reich. En unos días, casi todas las sinagogas y lugares de culto judíos fueron profanados e incendiados, miles de establecimientos y pisos particulares judíos fueron saqueados y destruidos, 91 personas fueron asesinadas, unos 26.000 hombres judíos fueron enviados a campos de concentración, y otros miles de judíos acabaron temporalmente en prisión preventiva o retenidos por las autoridades. Tales atrocidades se cometieron a la vista de todos. Robert Gellately lo ha explicado así: "Era imposible no ser testigo [...] Casi de la noche a la mañana llegó el final para muchas comunidades judías pequeñas".

Hershel Grynszpan

El 7 de noviembre de 1938, Hershel Grynszpan, adolescente judío de diecisiete años educado en Hanover, disparó a un joven diplomático alemán llamado Ernst vom Rath en la embajada alemana de París. Este acto de Grynszpan fue la represalia por la noticia que había recibido recientemente de su hermana, donde se le comunicaba que sus padres habían sido deportados a Polonia al final de octubre. Rath murió dos días después, el 9 de noviembre. En ese momento, Hitler, Joseph Goebbels y otros líderes del Partido Nazi se encontraban reunidos en el ayuntamiento de Munich, celebrando el intento de golpe de estado frustrado llevó a cabo Hitler quince años antes. Cuando recibieron la noticia de la muerte de Rath, aproximadamente a las 8:30 de la tarde, Goebbels aprovechó la ocasión para liderar la persecución judía. Después de un vehemente discurso antisemítico, en el que exigía que los judíos pagasen colectivamente por el asesinato de Rath, los líderes del partido, los hombres de las SA y los oficiales de la Gestapo de toda Alemania recibieron llamadas telefónicas en las que se les instaba a emprender acciones inmediatas contra los judíos. 

Aproximadamente a las 10:30 de la noche, en la sede regional del Partido Nazi de Krefeld se recibió una llamada de Munich a través de la cual se comunicaba la orden de Goebbels de emprender acciones contra los judíos. La orden fue transmitida a Diestelkamp, quien a su vez puso en marcha el pogromo asignando las principales funciones a hombres de las SA y las SS vestidos de civiles. La implicación de la Gestapo comenzó algo más tarde. La Gestapo no debía intervenir excepto si era para garantizar el cumplimiento de ciertas normas relativas a las "manifestaciones":

  • No incendiar las sinagogas situadas en zonas que podían poner en peligro los edificios vecinos;
  • Destruir pero no saquear las tiendas y casas judías;
  • No dañar los negocios no judíos;
  • Y no molestar a los extranjeros, aunque fuesen judíos.
En cuanto los oficiales de la Gestapo quedasen liberados de las responsabilidades de control, debían detener a todos los judíos varones que cupiesen en los calabozos locales, sobre todo hombres acaudalados y no excesivamente mayores. Durante la mañana del 10 de noviembre y a lo largo de todo ese día y el siguiente, la Gestapo de Krefeld procedió a detener a 63 hombres judíos de edades comprendidas entre los diecinueve y sesenta y seis años. Después de pasar varios días en la cárcel local de Krefeld, estos hombres fueron enviados junto con varios cientos de judíos de la región del Rin y del Ruhr al campo de concentración de Dachau, situado a las afueras de Muchich. En Dachau, los hombres recibieron un anticipo de lo que tenían reservado para los judíos que permanecían en Alemania. Estos hombres judíos, en su mayor parte, fueron liberados al cabo de tres o cuatro semanas, después de que sus familiares pagasen el billete de vuelta y después de haber aportado pruebas de que ya habían hecho los preparativos para emigrar. 
La experiencia de los judíos que no habían sido enviados a Dachau no fue menos terrorífica. Aunque la mayoría de los ciudadanos alemanes sólo presenció el pogromo y no participó en él, muchos se sentían avergonzados por ello, y algunos incluso ayudaron a los judíos durante aquel proceso*.





*Ian Kershaw, en su estudio sobre la actitud del pueblo en la Alemania nazi, sostiene que los ciudadanos reaccionaron al pogromo con "un gran movimiento de desaprobación. [...] La afirmación de Goebbels de que el pogromo había sido la "respuesta espontánea" del pueblo alemán ante el asesinato de Vom Rath era universalmente reconocida como rídicula". Popular opinion and political dissent in the Third Reich, op, cit., págs. 262-263.



Fuente
Johnson, Eric A.. (2002). El terror nazi. Barcelona y Buenos Aires: Editorial Paidós.